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Cuatro días después del doble crimen, Lobería no sale del estupor. Aldecoa, el acusado, ya fue trasladado a Batán. Y los vecinos lloran a las víctimas sin entender todavía la violencia desatada por el victimario, apodado Tyson porque hace siete meses mordió a un funcionario en una pelea. Crónica de una ciudad en estado de shock.
Julio César Aldecoa tenía en las manos la carabina y el hacha. Un oficial de la policía bonaerense lo miró y no podía creerlo: Aldecoa estaba bañado en sangre. El efectivo no sabía si ese hombre al que en principio no reconocía estaba herido. Pero notó que quería deshacerse de las armas. Entonces le dio la voz de alto y lo aprehendió de emergencia.
Ya habían pasado las 20 horas del sábado 19 de octubre. En la radio policial las voces se cruzaban y se confundían. Hasta el momento nadie se había dado cuenta de que los tres llamados que se recibieron –dos a la comisaría y uno al 911– hablaban de lo mismo. Tampoco sabían aún que el intendente Hugo Rodríguez estaba muerto.
El primer llamado fue a la comisaría de Lobería. La voz de un hombre que no se dio a conocer denunció que en la parte trasera del Parque Municipal Narciso Del Valle se escuchaban disparos. Casi simultáneamente, entró otro llamado. Esa vez era una mujer. Desesperada. Pedía asistencia médica para la calle Francisco De Caso 150. Un tercer llamado, éste al 911, repetía la versión de los disparos en el Narciso Del Valle.
Desde la sede de la Departamental de Lobería salieron dos móviles, uno hacia el parque; el otro a la casa de Aldecoa. Allí estaba el hombre, ensangrentado, con las armas en la mano. Sus hijos y amigos también estaban en el lugar. El relato policial cuenta que Aldecoa le dijo a su familia: “me mandé una cagada, maté al intendente”.
Algunos vecinos de Lobería a Julio César Aldecoa lo llamaban Tyson. Hasta el sábado a las 19:30 era un apodo que a muchos les causaba gracia. Detenido en la Alcaidía Nº 44 de Batán, acusado de matar de cuatro tiros y hachazos al intendente Hugo Rodríguez y al jefe del Taller Protegido, Héctor Álvarez, a Aldecoa ya nadie lo llama con el apellido del ex campeón mundial de boxeo. Le decían así porque en una pelea con su jefe, en febrero de este año, no dudó en morderle el entrecejo y el cachete hasta sacarle un pedazo de piel. Luego del incidente, Aldecoa fue puesto en “disponibilidad relativa”. Seguía cobrando su sueldo como empleado municipal, pero debía mantenerse alejado de su lugar de trabajo. También debía respetar una distancia de 500 metros de Silvio Vidal, funcionario con el que había tenido el altercado.
Ni Vidal, ni sus compañeros de trabajo, ni sus vecinos, ni sus hijos. Tampoco la Justicia. Nadie pensó que ese arranque de violencia que terminó en una causa por “lesiones graves” podría decantar en tragedia. Muchos creyeron que Aldecoa “se había sacado las ganas con Vidal”, entonces no pensaron que las amenazas tiradas al aire pudieran concretarse.
Algunos tampoco lo creen todavía. Un comerciante del barrio de Aldecoa dice que siempre fue un tipazo. Que lo atendió toda la vida y que nunca lo vio ponerse violento con nadie. Con gesto incrédulo, dice que no entiende lo que pudo haber pasado. Lo mismo piensa Juana. Ella tiene casi 80 y la piel curtida de trabajar la tierra en su casa ubicada justo frente al parque donde ocurrió el crimen. Ella conoce a Aldecoa y dice que “siempre fue un buen chico” y que incluso se ofrecía a cargarle la leña cuando lo necesitaba.
Sin embargo, el buen vecino, el tipo dispuesto, el sábado cerca de las 19.30 salió de su casa, ubicada en la calle De Caso, rumbo al parque y tendió una emboscada casi perfecta. Armado con una carabina calibre 22 y un hacha atacó al intendente de Lobería, Hugo César Rodríguez. Cuatro disparos impactaron el cuerpo y como si esto fuera poco, un golpe certero con el filo del hacha dio de lleno en la cabeza del mandatario. “Me mandé una cagada, maté intendente”, dicen que dijo Aldecoa aún manchado en sangre con las armas en la mano.
Desde que Hugo Rodríguez murió, Lobería parece andar en cámara lenta. Nadie cree lo que pasó. En los pasillos de la Municipalidad funcionarios y empleados lloran la ausencia de un tipo que, según dicen, estaba presente en cada una de las decisiones. En la calle la gente también llora al intendente.
Marta –morocha, ojos negros, pelo atado en una cola de caballo, no más de 30 de edad– hace dos años que tiene su casa en Lobería. “Me la construyó el intendente”, dijo y no pudo seguir hablando. En todos lados se habla de lo mismo. Se habla de Hugo. No hace falta apellido, ni cargo. Hugo es el dueño del trágico relato que los loberenses narran. No hay otros actores. Ni si quiera el director del Taller Protegido, Héctor Edgardo Álvarez, también asesinado en el acto irracional de Aldecoa. Mucho menos el asesino. Para él no hay espacio en el relato de los hechos.
Prefieren que la Justicia sea la que diga cuál será su destino. Sin embargo, el lugar que se le asigna la mayoría, ese silencio indiferente suena a sentencia. Como si la justicia del pueblo, simbólicamente, renaciera de los viejos códigos prescritos: el destierro, el ostracismo, era la pena que en la antigüedad se le asignaba a quienes cometían delitos o fechorías. Era la pena anterior a la condena a muerte. En este caso, el silencio no es más que una especie de destierro simbólico. Para el asesino, ni siquiera habrá lugar en el recuerdo.
Aldecoa, de 48 años, viudo, dos hijos, está preso acusado de ser el autor material del asesinato de Rodríguez y Álvarez. El Ministerio Público lo imputó por “Doble homicidio agravado por el uso de arma”. Bajo esa imputación, se negó a declarar asistido por la Defensoría Oficial. La causa tramita bajo la tutela de Eugenia Quagliaroli, titular de la Fiscalía 1 del Departamento Judicial de Necochea; con la intervención del Juzgado de Garantías 1.
Los elementos recabados por los investigadores –las armas presuntamente utilizadas en el hecho, prendas ensangrentadas y algunas testimoniales– alcanzaron para convertir la aprehensión de Aldecoa en detención. Ayer por la tarde, Garantías de lugar al pedido de la Fiscalía para que Aldecoa sea trasladado a Batán.
Una noche de locura y muerte
El Parque Municipal Narciso Del Valle es un predio de ocho hectáreas destinado al deporte y la recreación. Hay dos piletas, un lago y un circuito para correr o caminar. También tiene una arboleda. Ubicado a pocos metros de la ruta 227 el ronroneo de los autos y camiones que pasan por allí es el único sonido de ciudad que se filtra en la tranquilidad del parque.
La parte de atrás, donde está el circuito aeróbico, da a la calle Necochea, una cortada de tierra que muere a poco de la entrada del parque. Sobre esa calle vive Juana. Tiene más de ochenta y dice que está un poco sorda. Por eso, dice, confundió el sonido de los disparos con cohetes. Pero al rato de que se produjeran las explosiones, le sonó el teléfono, era su hermana que desde Necochea, con la televisión encendida, le contaba lo que estaba pasando frente de su casa. Así ella se enteraba que habían matado al intendente. Pero su asombre fue mayor cuando se enteró que Aldecoa era señalado como el asesino. “No lo podía creer, siempre fue un buen chico, él me decía ‘cuando necesite que le entre la leña, me avisa’”. A Juana se le llenan los ojos de lágrimas, dice que siente mucha pena por lo que está pasando. Por Aldecoa y por el intendente. Ella será de los pocos que en Lobería querrán hablar del imputado.
No mucho antes de que se escucharan los tiros, Hugo Rodríguez y Héctor Álvarez habían llegado al Parque cada uno en su vehículo. Iban a caminar. Los investigadores tratan de determinar si Aldecoa sabía de los movimientos del intendente, o si lo vio pasar rumbo al parque y decidió seguirlo. Lo cierto es que –según se desprende de la principal hipótesis de investigación– Aldecoa se habría apostado entre los matorrales de un terreno lindero al parque a la espera de que Rodríguez pasara. No hay testigos que hayan visto precisamente lo que sucedió. Sí que lo colocan a Aldecoa a la hora de los hechos en la zona del parque. Presumen, entonces, que oculto en las sombras de la arboleda, el homicida efectuó los disparos. Un solo tiro alcanzó para terminar con la vida de Héctor Álvarez. Otros cuatro dieron en el cuerpo de Hugo Rodríguez. Uno de ellos, en el tórax, según la autopsia, el causante de la muerte por un shock hipovolémico. Con Rodríguez tirado el pasto, Aldecoa quiso asegurar su faena: se acercó al cuerpo ya sin vida y con un hacha pequeña le asestó una estocada feroz en el cráneo. Después, subió a su camioneta y volvió a su casa.
Fuentes policiales intuyen que la muerte de Álvarez fue un hecho fortuito. Si bien inicialmente trascendió la posibilidad de que el titular del Taller Protegido haya intentado cubrir o defender al intendente, la ausencia de deflagración de pólvora en las ropas de las víctimas refuerza la idea de que los tiros se produjeron a distancia. Es decir, al menos en el primer disparo, el asesino también habría contado con la sorpresa como cómplice. Otra versión que circula en Lobería –sin sustento alguno en términos judiciales– es que Aldecoa pudo haber confundido a Álvarez con Silvio Vidal, a quien algunos relatos de vecinos, “se la tenía jurada desde que se habían peleado”.
Por lo pronto, la pesquisa continúa con Aldecoa como único imputado por el doble crimen de Lobería y con la fuerte hipótesis de que los disparos fueron motivados por una suerte de venganza.
La rabia
–De ese hijo de puta no hablamos.
–¿Pero lo conocían?
–Sí, fue nuestro jefe… un mal tipo, mal padre, todo lo que pongas malo de él va a estar bien.
La charla es corta. Ninguno de los dos operarios que manejan un tractor municipal en plena tarea de asfalto quiere hablar de Aldecoa. Los empleados municipales trabajan a pocos metros de la casa del imputado. Desde ahí se ven las vallas de la custodia policial.
Cuatro días después del doble crimen, en la puerta de la casa de Aldecoa hay dos móviles policiales y un pequeño camión de bomberos. La cuadra entera está cortada al tránsito de vehículos con vallas azules que dicen “Municipalidad de Lobería”. Los uniformados tienen órdenes de no dejar tomar imágenes de cerca a la casa. Tampoco se puede tocar timbre. La custodia es porque, en principio, se pensó que la reacción del pueblo podía devenir en un intento de justicia por mano propia. Pero los ánimos en Lobería parecen estar más cerca de la desazón que de la bronca irracional.
Irracional es la forma en que muchos califican la conducta de Aldecoa cuando se recuerda la agresión física que le propinó a Silvio Vidal. El hecho ocurrió en el Corralón Municipal donde Aldecoa supo ser director desde 2003. Pero cuando ocurrió la pelea con Vidal ya no estaba en funciones. Desde la Municipalidad aseguran que Aldecoa presentó la renuncia a su cargo y que en el Ejecutivo se la aceptaron. No quieren dar más explicaciones. Pero en la ciudad se dice que la relación entre el intendente y Aldecoa se terminó por irregularidades en el manejo de una partida de gasoil destinada a trabajos de pavimento y también por el faltante de herramientas en el corralón.
Rodríguez –quién acunaba como frase predilecta: “quién roba un clavo se tiene que ir”– no dudó en apartar de sus funciones a Aldecoa, al jefe del lugar. Muchos, ahora, ven en esta ruptura el inicio del final trágico.
Lo cierto es que una vez que Aldecoa dejó de ser el jefe, pasó a desempeñarse como electricista en la planta Municipal. Y fue entonces que, en febrero pasado, Silvio Vidal –jefe directo de Aldecoa– tuvo que darle una orden de trabajo que parece no haberle gustado al ahora imputado. Los gritos, empujones y la incitación a la pelea fue la respuesta de Aldecoa. Vidal se quedó inmóvil. Entonces se produjo el ataque: golpes y mordeduras. El resultado: Vidal con un dedo quebrado y su rostro con el sello de los dientes de Aldecoa.
El hecho derivó en una causa judicial caratulada “lesiones graves” que tramitó bajo la tutela de la Ayudantía Fiscal de Lobería a cargo de la doctora Vanesa Schneider. Fuentes judiciales aseguraron que esa causa ya tenía la elevación a juicio y que la orden de restricción impuesta sobre Aldecoa para no acercarse a Vidal a 500 metros fue cumplida.
Las mismas fuentes aseguraron que en relación a Hugo Rodríguez no existieron actuaciones. Cabe la aclaración ya que el mismo día del altercado con Vidal, testigos habrían manifestado que Aldecoa habría dicho: “Para el otro también hay”.
En paralelo a la causa penal, desde la Municipalidad se inició un sumario administrativo en el que, según informó Legales de la Municipalidad, se ordenó pasar a Aldecoa a “disponibilidad relativa”, es decir: Aldecoa seguía percibiendo su sueldo, pero sin asistir a su lugar de trabajo por el conflicto con su superior.
Vidal –con las cicatrices del ataque en su rostro– cree que lo que le tocó vivir a él con Aldecoa debería haber sido para la Justicia un motivo para tomar una determinación más severa. Él siente que quizás se podría haber evitado el desenlace siniestro, que no se actuó a tiempo.
Una ciudad a media asta
Lobería es un típico pueblo de provincia devenido en ciudad. Tiene más de 12 mil habitantes, un semanario, un par de radios FM y la economía regional se mueve al ritmo del agro: al costado de la ruta los silos bolsa están hinchadas por la cosecha de soja que espera ser vendida. En el centro, el palacio Municipal; frente a él la plaza central, el Banco Provincia y el bar Liborio. El bar es el lugar donde la discusión política de café está al orden del día. Muchos dicen que es un “bar radical”, sin embargo ahí también había tristeza.
En la tarde del martes, en las mesas de Liborio se habla del asesinato del intendente. Todos en el bar –dueños y parroquianos– niegan la versión de que, noches antes de los hechos, Aldecoa había estado allí, tomando cerveza, y vociferando amenazas contra el intendente.
En el Liborio el nombre del asesino tampoco se pronuncia demasiado. Ahí también le dedican silencio, olvido, destierro. En las historias de las mesas de café se habla de cómo seguirá la cosa. De la última vez que lo cruzaron al intendente. Se habla de Hugo Rodríguez. Una bandera en una sede municipal lo comprueba: “Huguito siempre te recordaremos”.
Diana Argüello mira hacia abajo. Está escoltada por el todo el gabinete municipal y algunos concejales. Al lado de Argüello –quien hasta el crimen ocupaba la primera bancada del Frente para la Victoria-, se ubica Silvio Vidal, secretario de Planeamiento y una especie de jefe de gabinete de Rodríguez. La sostiene no sólo físicamente, sino también en términos políticos. “Vení, te necesito cerca”, le dice Argüello antes de comenzar la conferencia de prensa, el martes por la mañana, en el despacho de la Intendencia. Allí se anuncia cómo será la sucesión: Argüello será intendenta hasta diciembre 2015, cuando se elijan las nuevas autoridades ejecutivas, tal como marca la ley 5.109 de la provincia.
Una vez terminada la conferencia, la intendenta reúne a todo el personal de la Municipalidad en el patio interno. La luz de la mañana se mete por el techo de acrílico transparente. Las banderas argentina y bonaerense permanecen a media asta frente a la imagen de los desaparecidos de Lobería, en la “Galería de la Memoria”. Con ese marco, Argüello da un breve discurso. Simple. Agradece el respeto, el apoyo y anuncia que ella seguirá el camino de Hugo Rodríguez. Después, el aplauso y el llanto.
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