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María Emilia estaba sola en su casa. Sus hermanas escucharon la explosión y volvieron rápido. El edificio se derrumbó delante de ellas. Silvia vivía en la torre contigua. La onda expansiva la tiró al piso de la cocina. La familia Hoyo se mudó a una casa de fin de semana. No saben cuándo volverán a su hogar. Las historias detrás de la tragedia.
Por: Sebastián Ortega
Foto: Leo Vaca
Texto: Sebastián Ortega
María Emilia estaba sola en el departamento. Tenía 28 años y síndrome de down. Vivía con sus dos hermanas, Romina y María Fernanda –su melliza- en el primer piso de Salta 2141. Trabajaba en un quiosco de la cuadra. Las chicas habían salido unos minutos antes para ir a trabajar. A pocas cuadras de ahí escucharon el estruendo. Se quedaron paralizadas. Volvieron rápido y vieron que el edificio acababa de derrumbarse.
Silvia, una psicopedagoga que vivía en la torre contigua, había sentido un zumbido extraño. Creyó que los vidrios iban a estallar. La onda expansiva de la explosión la tiró al piso de la cocina. Volaron ventanas, puertas y muebles. Bajó las escaleras corriendo, así como estaba, en remera y pantuflas.
Romina, la hermana de María Emilia, se cruzó con Silvia en la esquina de Oroño y Salta. Se conocen desde hace casi veinte años, cuando las tres hermanas eran chicas y Silvia todavía no vivía en el barrio.
-¡Emi está adentro!- repetía Romina, desesperada.
El vallado de los bomberos les impedía regresar al edificio. Romina dio la vuelta para ver si encontraba a su hermana caminando por calle Balcarce. Se quedó un rato parada en esa esquina. A cada policía que pasaba le avisaba de una chica atrapada en el primer piso.
Después del mediodía la foto de María Emilia circuló por las redes sociales. Horas más tarde se confirmó su muerte. Eduardo, el tío, la encontró en el departamento. Emi estaba abrazada a su perra labradora.
Foto: Leo Vaca
Los familiares de Silvia esperaron al día siguiente para contarle que María Emilia había muerto. Ella lamentó no haber podido asistir al entierro.
Ayer al mediodía, los vecinos de las dos torres afectadas que se mantienen en pie pudieron volver por unos minutos a sus casas. Silvia no se animó a subir. En su lugar lo hizo su hija, acompañada por dos bomberos. Volvió con lágrimas en los ojos y una sonrisa: había logrado rescatar a su tortuga Florita.
Hoy fue al estacionamiento que está a la vuelta de su casa a retirar el auto. Tenía el techo hundido y cubierto de piedras. Por estos días vive en la casa de su hija. Planea buscar un departamento y mudarse cerca de ahí.
Foto: Leo Vaca
“¿Trajiste mi campera?”, le preguntó el tío a María Eugenia. “Debe estar en esa pila”, respondió ella, señalando un montón de perchas con ropa que la hermana acomodaba. Hacía menos de media hora que los bomberos le habían permitido regresar a su departamento, frente a Salta 2141, donde vivía sola. Alcanzó a agarrar un montón de ropa que envolvió en sábanas, un televisor, documentos y papeles del trabajo. Se tomó parte del tiempo para buscar a la gata Rita, que estaba en el patio en el momento de la explosión. No la pudo encontrar.
La primera noche después de la tragedia, María Eugenia, agrimensora, de 32 años, se instaló en la casa de una prima. Ahora piensa ir a lo de su madre.
En el departamento de María Eugenia no quedan puertas. Todas volaron con la explosión, junto con las ventanas y los azulejos. No sabe cuándo podrá regresar. “Agradezco estar bien y haber podido recuperar las cosas básicas. El trabajo que están haciendo los bomberos y la solidaridad hacia los vecinos es increíble”, dijo.
Foto: Leo Vaca
Sebastián Hoyo terminó de barrer los vidrios del palier del edificio y volvió a subir. En el segundo piso su familia seguía limpiando. Desde la ventana de la habitación se ve el hueco que dejó una de las tres torres. Encima de la montaña de escombros un perro olía entre los recovecos en busca de sobrevivientes.
Cuando caiga la tarde, la familia Hoyo volverá a subir al auto y cruzará el río Paraná hacia Victoria. Desde el martes a la tarde están viviendo en una casa de fin de semana.
La habitación más dañada es la de Maximiliano, de 21 años y estudiante de kinesiología. El martes a la mañana dormía mientras su hermano Sebastián se preparaba el desayuno en la cocina. Los padres, dueños de un negocio de telefonía ubicado a la vuelta, estaban trabajando.
Foto: Leo Vaca
“Sentí la explosión y después un temblor. Después, silencio. Y los gritos de mi hermano”, contó Sebastián a Infojus Noticias. Se vistieron y bajaron corriendo. En la calle encontraron a los padres: habían escuchado la explosión y querían saber cómo estaban.
Sebastián volvió a subir, entró a la habitación de Maximiliano y vio la ventana destrozada. Algo había atravesado la persiana y el vidrio y se había enterrado en el parqué. Por esa ventana vio a la gente que intentaba rescatar a sus familiares. Los bomberos todavía no habían llegado. “Sacaban a la gente en brazos, desnuda. Creo que algunos estaban muertos”, dijo.
En el edificio no quedan vidrios. Las paredes están intactas. Un equipo de ingenieros estudia el estado de las estructuras de los edificios de la zona. Recién cuando se demuestre que ninguno corre peligro de derrumbe, algunas personas podrán volver.
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