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La pena recayó sobre el subcomisario de la Bonaerense Domingo Luis Madrid y sobre su esposa María Mercedes Elichart, que inscribieron como hija propia a Elena Gallinari Abinet, hija de la maestra María Leonor Abinet y del obrero metalúrgico y militante Angel Gallinari.
En el cierre de la última jornada del juicio por la apropiación de Elena Gallinari Abinet faltó un elemento importante: verdad. Los imputados, el ex subcomisario Domingo Madrid, su esposa María Mercedes Elichart, y la médica Silvia Kirilovsky no aportaron datos para saber dónde nació Elena y dónde estuvo secuestrada su madre María Leonor Abinet. Madrid pidió hablar antes de que se diera comienzo a los alegatos. Lo único importante fue lo que silenció. Sonaron cínicas sus palabras: “Solo Dios sabe con cuánto amor fue criada”, refiriéndose a los diez años que mantuvo a Elena secuestrada y ocultada de su familia, con un nombre falso. Madrid y su esposa fueron condenados a diez años de prisión por el Tribunal Oral Federal I de La Plata.
Gallinari Abinet es la primera nieta nacida en cautiverio recuperada por Abuelas de Plaza de Mayo, tras la incansable búsqueda de su abuela Leonor Alonso. La misma Alonso fue secuestrada por un grupo de tareas y permaneció cautiva en el mismo lugar que su hija. Malena Abinet, tía de Elena, cubre sus cabellos con el mismo pañuelo que usó su mamá: “Esperé 37 años para que me escuchen, para poder decir lo que era mi hermana. Y poder decirles que son unos cobardes porque la mataron con un tiro en la nuca. Le quitaron la posibilidad de criar a sus hijas, de ser madre, de ser abuela, de ser hermana”.
La niña fue restituida a su familia en 1987, desde ese momento buscan la justicia que llegó hoy, luego de 26 años. Elena escuchó con atención los alegatos rodeada de tíos, tías, primos, amigos de ella y de sus padres. El estilo de la burocracia judicial parece requerir repeticiones insistentes de lo mismo. Así, querella y fiscalía reiteran argumentos en sus alegatos, apelan a los mismos artículos, citan símil jurisprudencia. Pero en la repetición aparece una diferencia. La querella pidió 18 años de prisión para Madrid y Elichart, y 8 para Kirilovsky, que es la única de los acusados que llega al juicio estando en su casa. La fiscalía, en cambio, pese a haber hecho un recorrido similar al de sus compañeros de mesa pidió: 10 años para Madrid, 9 para Elichart y 5 para Kirilovsky. Elena se para y se va, le saltan lágrimas de bronca, el pedido de la fiscalía parece muy poco.
Durante el primer cuarto intermedio, los familiares despliegan un cartel que dice “Mara y Bocha Presentes. Tus sobrinos y amigos”. Un policía se acerca, señala el cartel, hablan. Finalmente, el cartel se queda. “Lo único que puedo hacer por mi tío –dice Valeria Abinet– es poner este cartel. Le dije eso al policía y me puse a llorar. Me parece que se conmovió”. Mara es el apodo familiar de María Leonor Abinet, a quien sus compañeros de militancia llamaban Mafalda. Bocha es Miguel Ángel Gallinari, que militaba en Montoneros con el nombre de Pedro. El Bocha fue secuestrado y asesinado primero, su cuerpo fue arrojado en un baldío el 21 de julio de 1976. Mara, embarazada de siete meses, fue secuestrada de la pensión de la calle Asamblea 1661, el 16 de septiembre de 1976. Hacía un mes que vivía allí con sus hijas Isabel e Inés, de 7 y 9 años. La secuestraron unas personas vestidas de fajina militar que se la llevaron en ropa interior; sus hijas vieron todo y pasaron la noche bajo las sábanas, escondidas. Se presume que fue asesinada el 2 de febrero de 1977.
Después de tantos años de buscar justicia, ¿el final del juicio propone un cierre?, ¿un comienzo? En sus primeras vacaciones con su familia, una vez devuelta a ella, Elena se comenzó a pelar la piel por efectos del sol. Su tía Ana le indicó cubrirse, pero para Elena ese cambio de piel significaba volver a nacer, nueva piel de su vida en libertad. Su primer nacimiento no tiene indicación geográfica. Domingo Madrid y su hermano Félix revistieron servicios en la fachada oficial de lo que se conoció como el Pozo de Banfield, también maternidad clandestina. Por ahí pasaron al menos dieciséis embarazadas de las cuales solo una recuperó la libertad. Ocho de ellas estuvieron secuestradas mientras los hermanos Madrid “trabajaban” en el lugar. El padrinazgo fue usado como forma de agradecimiento de los apropiadores a los entregadores de bebés. En este caso, Félix fue padrino de bautismo de Elena, pese a no tener una relación cercana con la familia de su hermano. Domingo Madrid indicó que el entregador fue otro policía: Carlos Versellone, perteneciente a la Unidad de Investigaciones de La Plata, y a quien veían en los momentos de esparcimiento en el Círculo Policial. La Unidad de Investigaciones estaba dentro del Circuito Camps, al igual que la Comisaría 5ta. de La Plata, donde nacieron al menos una nena y un nene, y donde Domingo Madrid le dijo a Elena que había nacido (además de decirle antes que había sido en un baldío).
Encontrar a Elena a los 10 años renovó las esperanzas de las abuelas que se dieron cuenta de que los bebés habían nacido. Las declaraciones de los testigos permiten escuchar el relato de la adaptación de esa niña a su nueva vida, sus titubeos, sus alegrías, sus miedos: nos permiten asomarnos a su vida privada. Pero los niños, los jóvenes, son restituidos a la sociedad. La violencia del terrorismo de Estado recayó sobre la vida pública. Faltan aún cuatrocientos nietos privados de verdad y de historia, privados del relato que permite construir el entramado de la memoria.
El acto público de un juicio permite asistir a una ceremonia donde se intenta conjurar la justicia. Las palabras llenan el espacio. En el Tribunal Oral en lo Criminal Federal Nº 1 de La Plata, situado en un antiguo teatro, vemos además la representación de la justicia. Las palabras dichas actualizan hechos, reconstruyen delitos y los hacen públicos. Además, estas palabras se registran, integrarán biblioratos, expedientes, se archivarán. Además, serán revisadas en futuros juicios y rescatadas como jurisprudencia. Las palabras dichas en un juicio son preformativas, lo que ellas digan, se hará. En la lectura del veredicto los jueces que integran el Tribunal, Carlos Rozanski, Pablo Jantus y Pablo Vega consideraron que a los imputados les cabe la pena de 10 años.
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