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La cárcel para Andrea Soledad Zapata fue un dar satisfacción a la moralina e hipocresía social, que exigía de esta mujer una conducta ética (defender a sus hijos) que el colectivo machista es incapaz de sostener, dice el psiquiatra Enrique Stola, perito en la causa.
Un tribunal judicial presidido por Patricia Pérez, Martín Carbonell y Carolina López Bernis de Concordia (Entre Ríos) logró sortear las trampas de la cultura patriarcal: condenó a Víctor Javier Álvarez, padrasto de los asesinados niños Hugo y Gustavo Zapata (de 5 y 7 años de edad) absolviendo de culpa y cargo a Andrea Soledad Zapata, mujer y madre quien, además de la pérdida de sus hijos sufrió violencia de género extrema por parte del asesino.
Andrea Soledad Zapata, joven-anciana mujer (28 años de edad y años de sufrimiento en su cuerpo) circula por la sociedad de Concordia como millones de mujeres lo hacen en todas las sociedades: invisibilizadas en su sufrimiento y sin el ejercicio de derechos. El Estado no las ve. Las y los transeúntes de otras clases sociales tampoco. El ejercicio de la ciudadanía restringida que tienen la mayor parte de las mujeres en el mundo era y es para ella una utopía inexistente. A pesar de las permanentes gestiones del defensor oficial Ives Bastián, el juez de garantías la tuvo presa un año y medio mientras el Consejo Provincial del Niño, el Adolescente y la Familia de Concordia dificultó todo lo que le fue posible los encuentros con su pequeño hijo, quien, con problemas de salud, nació en medio de la atrocidad.
La insensibilidad y el machismo de funcionarios judiciales y del COPNAF aumentaron el sufrimiento de esta joven/anciana/a-ciudadana mujer que solo fue reconocida en su carácter de ciudadana para ser detenida. La cárcel para Andrea Soledad fue un dar satisfacción a la moralina e hipocresía social, a la ferocidad machista que exigía de esta mujer una conducta ética (defender a sus hijos) que el colectivo machista (hombres y mujeres) es incapaz de sostener.
Como hombre, blanco, profesional de clase media sentí una profunda vergüenza cuando me encontré con Andrea Soledad. Me resultaba, luego de varias horas de diálogo con ella muy difícil comprender tanta ferocidad machista por parte de la fiscalía, tanta insensibilidad por parte del COPNAF y del juez de garantías. Joven-anciana, analfabeta, con las marcas en su rostro y cuerpo de la tortura, con el sufrimiento por la muerte de sus hijos, con una historia de abandonos por parte del Estado y con estrategias de sobrevivencia que aumentaron su malestar. HIV positiva.
Hoy está libre, comenzando a curar parte de sus heridas. Quizás el Estado le reconozca algunos derechos. Quizás los y las moralistas guarden sus colmillos a la espera de otra mujer víctima, pero nada ni nadie va a reparar el daño que la sociedad, la indiferencia, la acción machista a través de los organismos del estado y la conducta del hombre asesino produjeron en la existencia de Andrea Soledad Zapata.
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