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Miriam Lewin, la periodista que siguió el caso Grassi desde el primer día, reflexiona sobre la condena: el lunes fue la primera vez, dice, en la que pudimos ver a Grassi agresivo, casi fuera de sí. El estigma de las víctimas que todavía esperan justicia.
Julio César Grassi está finalmente en la cárcel, condenado a 15 años de prisión en tres instancias por abuso sexual y corrupción de menores. Quedan atrás once años de un calvario para las víctimas y testigos y de un duro trabajo de los abogados de la querella y los fiscales, que tuvieron que enfrentarse a una avalancha de recursos, recusaciones y apelaciones destinadas a dilatar el desenlace.
Una atinada decisión del Tribunal Oral de Morón fue la de permitir la presencia de cámaras en la sala, dando la oportunidad de que el paso procesal adquiriera auténticamente la naturaleza de oral y público y por lo tanto de transparencia. Se pudo ver por primera vez a un Grassi agresivo, fuera de sí, histriónico, que llegó hasta a ponerse de pie y dar vuelta los bolsillos de su saco, después de escuchar los argumentos del fiscal y los abogados de las víctimas que solicitaban que cumpliera prisión efectiva, que se lo detuviera porque había peligro de fuga.
De hecho, Grassi se había fugado ya dos veces. Una de la Fundación Felices los Niños, cuando una comisión judicial fue a buscarlo el día de la emisión del informe. El cura no estaba allí porque había ido a un programa de televisión donde acompañado de algunos jóvenes, intentaba exculparse, apoyado y alentado por el equipo periodístico del canal. Cuando le informaron que la policía llegaba a detenerlo, se dio el lujo de pronunciar unas palabras finales, se levantó y se retiró del lugar, burlando otra vez la orden judicial de detención.
Entre los chicos llevados al estudio televisivo aquella noche estaba Luis, una de las víctimas, que cuatro años después se presentaría ante la fiscalía para denunciarlo.
Muchas veces se esgrime como argumento en contra de las acusaciones a Grassi el tiempo transcurrido entre los hechos y las denuncias. ¿Cómo es que las víctimas guardaron silencio durante tanto tiempo? La verguenza y la culpa que son denominador común de estos casos se suman a la imagen de Grassi, sacerdote, poderoso, influyente y con una imagen pública impoluta. ¿Como podrían los chicos abusados tener confianza en ser escuchados?
De hecho, las represalias contra quienes se animaron a hablar fueron feroces. Las dificultades para reconstruir sus vidas consecuencia del trauma sufrido, extremas. Esta la primera oportunidad que uno de ellos, Gabriel, tiene de sentirse verdaderamente reivindicado. Los otros dos, Ezequiel y Luis, todavía seguirán buscando justicia.
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