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Juan Carlos "La Bruja" Romero, jefe del Departamento de Inteligencia (D2) de la fuerza provincial, era un torturador temerario. Estaba a punto de ser juzgado por el crimen del obispo Enrique Angelelli, asesinado en 1976. Pero murió el sábado en su casa, donde cumplía arresto domiciliario.
Cuando escuchaban “ahí viene La Bruja”, los presos políticos de La Rioja no pensaban en escobas ni en granos en la nariz pero sí en planes maléficos. Cerraban los ojos y se imaginaba lo peor. Juan Carlos La Bruja Romero, jefe del Departamento de Inteligencia (D2) de la fuerza provincial, era un torturador temerario: de esos que gozaban con los gritos de sus víctimas. Murió el último sábado en su casa, después de cumplir arresto domiciliario.
-Todos los presos políticos lo reconocieron en sus testimonios. Romero era el que comandaba las sesiones de tortura. No se perdía un interrogatorio.
Luis Miguel Baronetto, director de la Revista Tiempo Latinoamericano y querellante en la causa por el homicidio de monseñor Enrique Angelelli, lo conocía bien. Dijo que Romero siempre fue un comisario siniestro, de pocas palabras y ojos lacerantes. Que se exhibía en las prisiones pero se ocultaba cuando paseaba por la ciudad. Así apareció en una de sus últimas fotos: huidizo, con el pelo blanco, peinado con una raya al costado, cubriéndose la cara con la mano arrugada.
Esa mano, más de treinta años antes, no transpiraba. Con esa mano dio piñas, cachetazos y aplicó la picana eléctrica como nadie.
Por los crímenes de la dictadura en La Rioja se investigan delitos contra cerca de 50 víctimas entre abril de 1975 y 1979. El expediente abarca secuestros, tormentos, delitos sexuales y homicidios en centros clandestinos como el Batallón de Ingenieros en Construcciones 141, el Escuadrón 24 de Gendarmería Nacional en Chilecito y las comisarías de Villa Unión, Olta y Chilecito. También en el Correccional de Mujeres, la Delegación de la Policía Federal, la Base Aérea Celpa de Chamical, el Regimiento de La Rioja y en el Instituto de Rehabilitación Social (IRS).
Romero había sido reconocido por sus víctimas en prisiones y centros clandestinos: no sólo interrogaba, también comandaba los movimientos de inteligencia. Los testimonios estaban en sintonía con un informe de 1984 que produjo la Comisión Provincial de Derechos Humanos, que lo sindicó como uno de los principales "interrogadores" de los presos políticos que eran alojados en el ex Instituto de Rehabilitación Social (hoy Servicio Penitenciario Provincial).
En la mega causa Tercer Cuerpo de Ejército, caratulada "Luciano B. Menéndez y otros, sobre violación de domicilio, apremios, privación ilegítima de la libertad", la Bruja había sido detenido junto el ex militar Eliberto Goneaga por el juez Federal Daniel Herrera Piedrabuena, que lo acusó de ser uno de los cerebros de la represión en la provincia durante la última dictadura militar.
En ese contexto, se lo investigó por la muerte del obispo Angelelli. No fue su única imputación con curas tercermundistas: fue investigado también por los homicidios de los sacerdotes Carlos de Dios Murias y Rogelio Gabriel Longueville, pero fue absuelto por falta de mérito.
Los familiares de Angelelli creen que las demoras de la justicia no fueron casuales. Que durante más de veinte años, la política local protegió a los represores. Cuando el 4 de noviembre comience el juicio, de los cinco represores imputados sólo habrá dos sentados en el banquillo: Luciano Menéndez y Luis Estrella. El resto murió.
María Elena Angelelli, sobrina del obispo asesinado, lamentó la muerte de Romero: el juicio de su tío, explicó, era emblemático. “Si se demostraba la responsabilidad de Romero, se podría haber avanzado con otros casos. Con los crímenes de lesa humanidad no sólo hace falta voluntad política. Hay que destinar recursos materiales y celeridad. Cualquier trámite es lentísimo, los represores enferman, envecejen, y hay un sabor amargo porque la justicia llega muy tarde”, dijo.
La Bruja Romero no es el único represor riojano muerto sin condena. En 2009, el ex capitán Alfredo Marcó se mató de un disparo en la cabeza. El ex militar se quitó la vida 48 horas antes de que sean exhumados los restos de Angelelli, cuya muerte fue adelantada por Marcó a detenidos poco antes de producirse, según consta en el libro "Nunca Más" de la CONADEP.
Marcó se suicidó y Romero falleció por enfermedad, pero en ambos casos la historia repitió una fórmula que los represores conocen cuando son ancianos: la posibilidad de morir sin ser condenados por la justicia.
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