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Fue condenado ayer a prisión perpetua por la masacre de Capilla del Rosario. Estuvo a cargo del Regimiento 7, que participó de la batalla del Monte Logdon, de la que se replegó son sus oficiales. También permitió torturas y maltratos a sus soldados. "No se puede ser héroe y represor a la vez”, dijo Ernesto Alonso, un colimba que estuvo bajo su mando.
Carlos Eduardo del Valle Carrizo Salvadores, condenado ayer a prisión perpetua por catorce asesinatos de militantes del ERP en 1974, tiene su entrada en Wikipedia, que parece reedactada por algún familiar. Se lee: “Mostró considerables habilidades en la guerra de las Malvinas, ‘bloqueando y contraatacando’ un batallón británico de la Brigada de Comandos 3 en Monte Longdon y provocando el caos en el alto mando británico”. Pero la memoria de algunos ex combatientes sugiere otra cosa.
La decisión de ocupar las Islas Malvinas llegó en plena decadencia de la dictadura, cuando arreciaban las denuncias por violaciones a los derechos humanos. Carrizo Salvadores, el rudo militar catamarqueño, ya había pasado por Regimiento de Infantería Aerotransportada 17, ya había sido un actor estelar del fusilamiento de 14 guerrilleros rendidos que pasó a la historia como la Masacre de la Capilla del Rosario, y ahora era segundo jefe del Regimiento 7 de La Plata.
“Mi clase fue incorporada a la colimba en marzo de 1981, en una unidad militar urbana en el corazón de La Plata, como el Regimiento 7, muchos de cuyos cuadros habían participado participado en la feroz represión en la ciudad”, recordó a Infojus Noticias Ernesto Alonso, uno de los colimbas bajo su mando. “Carrizo Salvadores se jactaba de haber ‘combatido la guerrilla rural en el monte tucumano y matado subversivos’”, agregó.
El Regimiento 7 fue íntegramente trasladado a las Islas y se estableció en el Monte Longdon, una elevación a 14 kilómetros de Puerto Argentino, un enclave estratégico para defenderlo. Carrizo Salvadores estaba a cargo de la primera sección, la compañía B. El Regimiento 7 es la división que más bajas registró en las Islas, y para Alonso –que actualmente es titular de la Comisión Nacional de Ex Combatientes de Malvinas- no todas fueron en combate: “Yo estaba a 500 metros del puesto donde estaba Carrizo. “Allí hubo estaqueamientos y torturas”, apunta.
“Un soldado murió congelado; se había mojado, estaba muerto de hambre. Los cuatro primeros soldados que murieron del Regimiento habían cruzado en bote el rio Murray para buscar comida en una casa desalojada, y al regresar se metieron en un campo minado del que nadie había advertido”, contó el ex combatiente.
El 11 de junio de 1982 el desenlace estaba casi cantado. Las tropas de soldados, desmoralizadas y famélicas, veían como en el monte Kent, a 20 kilómetros en línea recta, las tropas británicas trasladaban artillería. El avance hacia Puerto Argentino era inminente. “Con el grado de desmoralización, el hambre y el frío que estábamos pasando, queríamos que todo eso se terminara lo antes posible”, agregó Alonso.
Esa tarde, en Buenos Aires, el Papa Juan Pablo II ofrendó un acto multitudinario donde pidió por la paz. Los colimbas lo siguieron a través de una radio que todavía conservaba una pila. “A las nueve y media de la noche, en un ataque comando, una avanzada del Regimiento 3 de paracaidistas británicos atacó nuestra posición, la compañía B, donde no éramos más de cincuenta soldados”, contó Alonso.
En todo el Monte Longdon se contaban 300 soldados. La batalla duró desde las nueve de la noche hasta las siete de la mañana siguiente, la noche iluminada por el resplandor de la artillería británica y grabada por el sonido irreal de la muerte. “Combatimos sin ningún tipo de instrucción de nuestros jefes, los oficiales y suboficiales, a la deriva, con nuestro armamento y nuestros compañero tratando de sobrevivir a ese ataque”, evocó Alonso. Su memoria ubica a Carrizo Salvadores hasta el momento en que ordenó el repliegue.
“Ni Carrizo ni ninguno de los altos mandos militares estaba preparado para la defensa de la soberanía nacional, porque estaban preparados para la represión ilegal de un ‘enemigo interno’. No tenían establecido un sistema de evacuación de heridos, armamento adecuado, alimentación. A Carrizo Salvadores nunca lo vimos recorrer nunca posiciones donde estábamos los soldados. Acá no hay doble estándar: no se puede ser héroe y represor a la vez”, concluyó.
La causa judicial que contiene más de cien denuncias de estaqueamientos y torturas en las Islas, está actualmente en manos de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, que definirá si fueron o no, delitos de lesa humanidad.
Perfil de un represor
Carrizo Salvadores nació en Catamarca en 1948. Fue un militar de carrera promisoria: a sus jóvenes 26 años ya era capitán del Regimiento de Infantería Aerotransportada 17, mano derecha del jefe. El 12 de agosto de 1974, una brigada de militantes del ERP intentó penetrar el Regimiento para conseguir armamento, una unidad dotada de 800 hombres armados hasta los dientes. La operación, planificada y conducida por el santiagueño Hugo Alfredo Irurzun, tuvo una fisura: los guerrilleros fueron descubiertos mientras se caracterizaban para el operativo dentro de un colectivo escolar. Alguien alertó a la policía y el tiroteo se precipitó. Un grupo logró internarse en el monte. Otros fueron detenidos en las inmediaciones de la ciudad. La tercera parte de 14 hombres, en pleno desbande, llegó hasta el paraje Capilla del Rosario donde fue rodeado por el Ejército.
Entregaron sus armas y se rindieron, pero los ejecutaron desarmados. Carrizo Salvadores diría que fueron fusilados por no cumplir con los tratados de Ginebra pues no llevaban uniforme identificatorio, aunque no hubo juicio sumario, y el estado de guerra nunca fue declarado. El caso fue caratulado como delito de lesa humanidad por la Cámara Federal de Tucumán. Ayer terminó el juicio oral: Carrizo Salvadores junto a Mario Nakagama y Jorge Ezequiel Acosta fueron condenados por “homicidio calificado, agravado por alevosía y por el concurso de dos o más personas en 14 hechos”.
Llegada la democracia, Carrizo Salvadores condujo el Regimiento de Infantería 20 “Cazadores de los Andes”, en San Salvador de Jujuy, y entre 1999 y 2003 fue el jefe de la Policía de Jujuy, hasta que fue destituido por un escándalo institucional: Cristian Gabriel Ibáñez, un activista de la Corriente Clasista y Combativa que, según la versión oficial fue encontrado ahorcado en la comisaría 39a por “ebriedad y desórdenes”.
Hubo pueblada, destruyeron la comisaría e incendiaron dos camiones, un auto y una ambulancia. Al mismo tiempo, se iniciaba la investigación por la ejecución de los militantes que terminó con la condena de ayer.
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