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7-9-2014|11:45|Dictaduras Hernán CamareroEntrevistas
El golpe que inició la genealogía del terrorismo de Estado

“Todos los golpes tuvieron algún tipo de apoyo civil más o menos activo”

Se cumplieron ayer 84 años del primer gobierno de facto que inauguró una etapa de 53 años “de constante intervención de la vida política e institucional del país por las FF.AA.”. Lo dice Hernán Camarero, profesor de la UBA. Sostiene que, desde entonces, los militares se convirtieron en canalizadores de “las facciones más orgánicas de la clase dominante”.

  • Archivo General de la Nación.
Por: Martín Cortes

Hernán Camarero es profesor titular en la materia Historia Argentina III de la Universidad de Buenos Aires. Es investigador independiente del Conicet y se especializa en historia social y política de la Argentina contemporánea. En esta entrevista repasa los hechos que llevaron al golpe de Estado del 6 de septiembre de 1930, encabezado por José Félix Uriburu, que derrocó al presidente Hipólito Yrigoyen, de la UCR. Cuáles fueron sus consecuencias, el papel de la justicia y la Corte Suprema y su influencia en las siguientes dictaduras.

-¿Cómo se gestó y llevó a cabo el golpe de 1930?

-La idea del golpe ya se planteaba en los dos meses anteriores. La oficialidad del Ejército quería desplazar a Yrigoyen. Desde fines de 1929 había una profunda crisis económica que se profundizó en 1930. La crisis social derivó en crisis política. Había signos de debilidad y empantanamiento muy claros. En marzo el gobierno se paralizó por las elecciones legislativas: si bien la UCR conservó muchos votos y se aseguró ser la primera fuerza, si se contrasta 1930 con 1928 se observa un derrumbe electoral. La oposición tomó la iniciativa política, junto a las entidades corporativas. El golpe es preparado con anticipación: se discute en las Fuerzas Armadas y el gobierno lo sabe. Por eso unos días antes Yrigoyen fue a una cena de camaradería. Quiere tener contacto directo con los oficiales, pero fracasó y los hechos se precipitaron. El golpe lo hicieron los cadetes. Esa fuerza débil, ingenua, no muy bien armada ni entrenada, fue la que formalmente ocupó la Rosada y depuso al gobierno.

-¿Yrigoyen estaba viejo para gobernar?

-El sistema político argentino según la Constitución de 1853 plantea un Ejecutivo bien presidencialista: eso tiende a la personalización y concentración del poder en esa figura. En un momento de fortaleza de su imagen pública, cuando cuenta con la iniciativa política, eso le da consistencia, pero en la debilidad se proyecta en su propia figura. Por eso las crisis políticas tienden a personalizarse. Yrigoyen en el ’30 no era tanto más viejo que en el ’28. Igual se decía que era un anciano, que no podía darse cuenta de la crisis. Esa idea se usó mucho en abril y mayo en los medios hostiles como el diario Crítica. Aquella leyenda del diario hecho con noticias buenas no está comprobada, pero la versión tenía credibilidad y con eso debemos quedarnos: se planteaba que al presidente lo rodeaba un círculo que lo mantenía fuera de la realidad.

-Si Yrigoyen tenía tanto apoyo electoral y popular, ¿por qué no salieron a defenderlo?

-Si hubo gente en la calle fue para apoyar el golpe, movida por la oposición para apoyar un virtual desfile militar, no una entrada por la fuerza para combatir activamente: se trataba de producir un hecho político. Cuando sucede el golpe ni siquiera había un gran consenso en el Ejército: había sectores muy jugados, como Uriburu y Justo, pero no un apoyo consistente. Sí hubo una gran pasividad: se vio el golpe como un hecho consumado. En las filas del radicalismo hubo una escasa resistencia orgánica, una auténtica movilización de masas, estructurada en los comités cuyos tentáculos cubrían casi todo el país y tenían decenas de miles de integrantes. Hubo movilizaciones en provincias, pero minoritarias. En Buenos Aires hubo hechos de violencia, algunos tiroteos, pero aislados. El partido estaba quebrado, consumido por la crisis.

-¿Qué significó el golpe para el país y a quiénes representaba?

-El golpe inaugura una etapa, que duró 53 años, de constante intervención de la vida política e institucional del país por las Fuerzas Armadas. Se terminaron convirtiendo en un actor político más de la vida argentina. ¿Por qué? Hay varias interpretaciones: una es que son un instrumento político de las facciones más orgánicas de la clase dominante. El poder militar expresa la ausencia de un partido de derecha orgánico que se someta al juego político democrático. En el Ejército había elementos plebeyos e incluso llegaban a altos cargos, pero un estudio sociológico muestra un gran peso de los sectores más pudientes y acomodados. La alianza se da, entonces, por vínculos familiares, sociales, económicos. Igual está claro que detrás de cada golpe y sus decisiones hay intereses sociales y económicos. Los militares se convirtieron en canalizadores de esos intereses.

-¿Hay alguna continuidad entre este golpe y los que siguieron?

-Tuvimos tantos que se los puede comparar: todos tuvieron algún tipo de apoyatura civil más o menos activa. Lo vimos en 1930 y fue mayor en 1955: días después del golpe, la Plaza de Mayo se llenó por completo, aunque era un apoyo de clase media para arriba. Todos fueron golpes que derrocaron gobiernos con base popular, considerados demagógicos y que atentaban contra el normal funcionamiento de la República. La retórica es diferente del ‘30 al ‘55, pero hay elementos comunes: son golpes “contra gobiernos autoritarios que ceden a los deseos de la plebe, de la masa”, según la lógica de quienes los encabezaron.

-¿Cuál fue el papel de la Corte Suprema durante el gobierno de Yrigoyen y ante el golpe?

-El radicalismo de 1916 llegó al gobierno pero no necesariamente al poder. En los ‘20 está mejor en este aspecto, porque tiene un control directo o indirecto de las cámaras, pero con la justicia tiene un problema serio: no tiene una presencia firme, la judicatura responde a sectores conservadores. El radicalismo debe convivir con eso, lo que le trae problemas en la aplicación de medidas por tener el Poder Judicial en contra. Esa desconfianza de la Justicia y la Corte hacia Yrigoyen es lo que puede explicar lo que ocurrió: de manera medio desprolija, con una acordada, se convalidó el golpe. La UCR tenía apoyo de la clase media, tenía abogados para ocupar el Poder Judicial, pero no lo hizo. Yrigoyen era audaz políticamente, pero eso lo usó para fortalecer al Ejecutivo, no para avanzar en transformaciones de estructuras de poder en otro lado: con el Ejército tendió a la conciliación, cedió al clero, lo mismo con la justicia. Fue una estrategia cauta, moderada, de evitar grandes cambios.

-¿Y qué papel cumplió aquella acordada para los siguientes golpes?

-Fue un elemento de peso sin duda. Hay muchas cosas que están en la Constitución pero se duda de su legalidad al aplicarlo. Un ejemplo es la intervención federal, de las que hubo muchísimas en el gobierno de Yrigoyen, más que con los conservadores. Otro caso al borde del cuestionamiento de las normas: el radicalismo, bien presidencialista, logró el control del Parlamento y tendió a vaciarlo en su funcionamiento. Lo del ‘30 es un salto cuantitativo y cualitativo, de una envergadura gigantesca: una fuerza que debe estar subordinada al gobierno civil lo acaba derrocando. Cuando la Corte Suprema buscó decir que no ocurrió lo que ocurrió o justificarlo por la situación de desorden público y vacío de poder, generó antecedentes de enorme gravedad: dio aval a esa iniciativa de las FFAA. Los golpes de 1930 a 1983 fueron más allá de la lógica institucional: fueron intentos de sectores de la clase dominante de hacerse del control directo para aplicar sus medidas y sus políticas. Para la clase dominante es más eficaz gobernar sin Parlamento, sin debate público y con estado de sitio.

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