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Infojus Noticias viajó a Santa Victoria Oeste, un pueblito salteño al que se llega después de cinco largas horas en vehículo. Y presenció la condena a dos hermanos y un primo por el asesinato de un tío. La modalidad de que los jueces se trasladen a los parajes alejados de la provincia fue tomada por el Superior Tribunal de Justicia de Salta hace unos diez años atrás. El debate oral y público se realizó en un salón de la municipalidad.
Texto: Laureano Barrera - Fotos: Sergio Goya / Enviados especiales a Santa Victoria Oeste, Salta.
Los tres jueces de la sala Segunda del Tribunal Criminal de Salta se sientan en un estrado improvisado con una mesa de madera y un mantel blanco de cumpleaños. Sus Señorías ocupan sillas de plástico negro. A la derecha hay una mesa blanca y redonda, de jardín, ocupada por el secretario del tribunal. Luego de media hora de deliberación, en el quincho repleto del salón de usos múltiples de la municipalidad de Santa Victoria Oeste, en un paraje remoto de Salta, el presidente Carlos Pucheta se dispone a leer el veredicto del único homicidio en los últimos siete años.
Frente a ellos, con esposas en las muñecas y rodeados por rudos oficiales penitenciarios, esperan los acusados: los hermanos Ramón y Miguel Anco, y Horacio Lepoc, un primo de ambos, están acusados de haber asesinado su tío en abril de 2012, luego de darle una paliza en una fiesta de marcada del ganado. Un rato antes, en sus últimas palabras, Ramón ha proclamado su inocencia. Su hermano Miguel ha jurado por Jesús no haber matado a Eugenio Cussi. Horacio ha callado y espera la condena luego de tres días de juicio.
Más que la definición de un juicio, la escena parece un bautismo. La sala tiene las paredes despojadas, la cruz brilla al fondo con los rayos de luz solar. La colman unos setenta alumnos secundarios, comerciantes, campesinos, amigos y familiares de la víctima y sus verdugos. El pueblo conoce la trama: en la columna derecha, los deudos de Eugenio, sus hijos. En la izquierda, Ángela y alguno de los ocho hermanos de Ramón y Miguel. A Horacio Lepoc nadie lo espera. Todos esperan en silencio con la solemnidad de un entierro. “El Tribunal, luego de una evaluación serena de todas las pruebas y de haber oído atentamente a todos los testigos, ha llegado a una certeza total, absoluta que ustedes van a tener la oportunidad de escuchar en la lectura del presente veredicto”, dice el Carlos Pucheta, Presidente del Tribunal.
Los tres hombres finalmente resultan condenados como coautores penalmente responsables de “homicidio preterintencional”. El jurado compuesto por Pucheta, Ángel Longarte y Francisco Mascarello cree que golpearon a Cussi sin intención de matar. Ramón y Miguel Anco deberán purgar tres años de prisión en una cárcel de Salta. A Lepoc –a quien todos llaman Valentín Chauke porque no tiene DNI- le corresponden cinco años y medio. El agravante es porque ha sido declarado reincidente por primera vez: tiene una condena anterior por abuso sexual. En total, deberá cumplir doce años.
Los magistrados se ponen de pie. No hay gritos ni llanto ni insultos: reina en la sala un silencio andino. Ángela, la mamá de los Anco, no se ha movido: tiene aún el sombrero sobre su falda. Los gorilas del Servicio Penitenciario de Salta esposan a Ramón y Miguel y los cargan en una Traffic. Valentín se demora un momento más: pregunta los detalles de la sentencia a su defensora oficial, Irma Jovanovich. Pronto, la sala quedará vacía.
Uno de los tres acusados, llegando al lugar habilitado para el juicio.
El caso
El 28 de abril de 2012, Pedro Vilte y su esposa Lorenza Caminos invitaron la gente de los alrededores de Trigo Huaico, un páramo de montaña a 45 kilómetros de Santa Victoria Oeste, a la fiesta de marcada de su ganado. Todos los años, se convoca a los pobladores cercanos para señalar al ganado joven y desearle buen destino y prosperidad.
Esa noche asistieron entre veinte y treinta personas. Por la mañana se eligieron lazos, maneas, y flores de colores hechas los días previos con hilos de lana. Por la tarde, marcaron las crías haciéndoles un pequeño corte en la oreja. Por allí va la cinta roja. Por la noche se desató el festejo a cargo de los anfitriones: se comió asado, se bebió cerveza, también chicha de maíz servida en vasijas de barro y yerbeao, una mezcla de agua, yerba y alcohol puro. Sonaron las coplas acompasadas por caja y erkes, una caña montada sobre un cuerno hueco de vaca.
Entre los invitados estaba Eugenio Cussi, 58 años, campesino de esa zona. También sus sobrinos Ramón y Miguel -que había llegado hacía pocos días de Puerto Madryn, donde tiene cuatro hijos y trabaja en una pedrera-, y Horacio Enrique Peloc, al que todos llamaban Valentín Chauke.
Los tres jueces de la sala Segunda del Tribunal Criminal de Salta, el fiscal y el secretario.
La madrugada del 29, cuando casi todos los festejantes estaban “machados” –muy borrachos-, se produjo el crimen: un puñado de testigos aseguran haber visto una discusión, y cómo Cussi salía al patio seguido de sus sobrinos. Nunca volvió. La música y la lucidez nublada por la bebida, hicieron que nadie se preguntara por él. Lo encontró una señora que pasaba en la quebrada de 3,60 metros de profundidad, en la que desemboca la pendiente pronunciada del patio. Gemía de dolor. Lo trasladaron a una de las habitaciones de la casa y lo cubrieron con cueros de vaca. Dicen los dueños de casa que pidió un poco de agua. Y que habló. Que señaló quiénes lo habían golpeado: sus propios sobrinos.
Eugenio Cussi, doce hijos, divorciado hace siete años de Teresa Guerra, nacido 58 años atrás en Trigo Huaico, agonizó murió un día después de caer contra las piedras. La atención médica llegó con su hija Nélida, una enfermera del hospital y seis policías de Santa Victoria Oeste, la mañana del 30 de abril. Era tarde: estaba muerto.
Nélida Cussi supo el 29 a las diez de la noche que su padre había sido golpeado en la fiesta y estaba grave. Se lo contó un primo. Corrió al hospital a avisar, pero sin luz natural los 45 kilómetros que separan Trigo Huaico de Santa Victoria, en camino de cornisa, eran imposibles de hacer. A las cinco de la mañana, cuando clareó, salió con una comitiva policial –entre ellos, su esposo- y una enfermera del hospital. Llegó al mediodía y su padre estaba tendido en la cama del rancho, muerto. “Ellos no tenían derecho a quitarle la vida a mi papá”, dice ahora, un rato después del veredicto del juicio, en su casa matrimonial en la que recibe a Infojus Noticias.
Nélida no acuerda con la decisión judicial. “Tres años para esos chicos es poco. Yo creo que es injusto”, dice, aunque no pierde la calma. Ahora recuerda lo doloroso que fue acarrear el cadáver hasta su pueblo, casi tanto como encontrarlo sin vida: improvisar una camilla y llevarlo a pie durante cuatro horas, atarlo al conductor de una moto y llevarlo otras dos horas hasta el lugar donde pudo hacérsele la autopsia.
Otro de los acusados. Ya habían escuchado la sentencia. Detrás, la defensora oficial.
El juicio
El juez de instrucción se comprometió con el caso y se trasladó en burro hasta Trigo Huaico para reconstruir la escena criminal. La causa avanzó y la semana pasada, con todo el Tribunal en pleno –los tres jueces, el secretario, la escribiente, el fiscal, la defensora oficial y un abogado particular- se llevó a cabo en Santa Victoria Oeste el juicio oral. Dieciocho testigos, policías, médicos y peritos fueron a testimoniar.
El fiscal de juicio, Justo Vaca, concluyó que a Cussi lo golpearon en el patio y lo tiraron al fondo de la quebrada. “Reconstruimos el hecho sobre los dichos de la propia víctima, que en su agonía acusó solo a Valentín Chauke, a Valentín con Miguel, a Valentín con Ramón. Y a uno de ellos le dijo ‘ellos me golpearon’, refiriéndose a los tres”, explicó el fiscal. Para probar que lo tiraron destacó en su alegato varias cosas: una huella de aplastamiento del pasto de 60 centímetros de ancho –el ancho de un cuerpo- y siete metros de largo, manchas de sangre en el patio donde comienza el arrastre y piedras con rastros de sangre en el fondo de la zanja. Y además, una de las dos zapatillas de Eugenio que se encontró tirada unos metros más lejos del cadáver.
La autopsia da cuenta de un grave daño en la parrilla costal derecha, fractura en la primera, segunda y tercera costilla -que llevó a insuficiencia respiratoria-, y golpes en la cara que no serían por la caída sino por la agresión.
Para Irma Jovanvich, defensora oficial de Peloc, Eugenio se cayó sólo al barranco. “Un perito de criminalística de la policía de Salta vino y describió el desnivel del terreno. Dijo que hay que ir haciendo fuerza para no caerse. Peloc niega absolutamente haberlo tirado”, afirmó. “Yo creo que fue una discusión de borrachos. Porque Cussi estaba muy ebrio, y era un hombre que usaba bastón y caminaba mal”.
Los jueces concluyeron que la golpiza existió, pero no con la intención de matarlo. Luego del veredicto, explicaron a Infojus Noticias su decisión: “La fiscalía decía que lo habían golpeado para matarlo y lo tiraron a la quebrada. La defensa dijo que se resbaló y se golpeó al caer. Fue una decisión intermedia”, explicó el secretario Aranívar. Sobre si se cayó a la zanja, o lo tiraron para encubrir el ataque, no tienen una certeza: “puede haber sido que lo empujaron, que tropezó, lo cierto es que el terreno era muy empinado y el hombre estuvo agonizando mucho tiempo”, dijo uno de los jueces. Los fundamentos se conocerán este viernes. “Lo cierto es que no se figuraron la muerte”, aseguró.
El juicio se desarrolló en un salón de usos múltiples de la municipalidad de Santa Victoria Oeste.
Un crimen excepcional
Infojus Noticias llegó a Santa Victoria Oeste, un pueblo de 2.000 habitantes que es la cabecera del municipio, la noche anterior a la sentencia. Se accede después de cinco largas horas en una camioneta de doble cabina. Por el camino de ripio que nace en la Quiaca, con tramos que superan los 5.000 metros de altura, se avanza durante un rato colgado del cielo: las montañas tapizadas de un pajonal amarillento y tajeado por las sendas que serpentean a lo lejos, como cicatrices de tierra. Las vacas, vicuñas, venados y cabritos pastan lo poco que pueden, y entre las nubes grises y los picos más altos, se filtra el fulgor lejano de un cielo crepuscular que no parece el nuestro.
En el pueblo, embovedado por los cerros, hay un solo hospital, una escuela primaria y un colegio secundario con 270 alumnos. Muchos de ellos vienen de los parajes de la zona y se quedan a dormir allí. Hay un solo hospedaje comercial frente a la plaza: la falta de agua demoraría la última audiencia durante media hora. También hay una sola iglesia frente a la plaza central. Con estas estadísticas, sobran comercios: hay muchas tiendas, despensas, comedores y kioscos, que se aprovisionan yendo y viniendo a la Quiaca en las cuatro o cinco camionetas que hacen el trajín con una frecuencia diaria. Algunos bienes son preciados: el litro de Gasoil sale 12 pesos, el litro de nafta 15.
Para contener el flagelo de la inseguridad, Santa Victoria cuenta con 23 policías efectivizados, 8 aspirantes y dos gendarmes. De todas maneras sobran: el homicidio anterior al de Eugenio fue en 2006.
Hace siete años, en este mismo pueblo, una parejita peleó. Ella le dijo a él que no funcionaba más, que lo dejaba. Él no lo tomó muy bien: la degolló con un cuchillo de cocina. “Para mí que estaba enamorado”, dirá ahora, al rememorar el caso, el oficial de guardia de la comisaría llamado Primitivo Peloc. El homicida quiso esperar a la noche, que su hermano llegara con su camioneta para descartar el cadáver en la inmensidad montuna. Pero la chata no llegó a tiempo. El hermano de la víctima quiso verla, forzó la puerta de su novio asesino y se encontró con la faena. El matador sigue detenido.
La modalidad de que los jueces se trasladen a los parajes alejados de la provincia fue adoptada por el Superior Tribunal de Justicia de Salta hace unos diez años. “Se ejerce una especie de docencia, una función pedagógica para que la gente conozca quienes conforman la justicia, los jueces, el Ministerio Público y la Defensa, el rol que le toca cumplir”, dijo Carlos Pucheta desde la sala de deliberación –una dormitorio con una cama cucheta- al recibir a Infojus Noticias un rato antes de la sentencia.
Dos de los hijos de la víctima, Eugenio Cussi. Cussi era tío de los condenados.
Es la tercera vez que un tribunal criminal de Salta se conforma en pleno para debatir un crimen en juicio oral. El restante fue el año pasado, cuando los magistrados llegaron hasta La Poma, un paraje remoto de 612 habitantes enclavado en los valles calchaquíes para juzgar un crimen espantoso: un chico de 18 años había matado a un niño de 11, conocido como el Pastorcito y querido por todos, soltándole una gran piedra en la cara.
“Hay otros motivos que la descentralización judicial favorece: la presencia de todos los testigos de la zona, que reproduzcan las pruebas de la etapa instructoria”, explicó Longarte. Mascarello, el tercer juez del tribunal, habló sobre la importancia de la adaptación al contexto. “Hay particularidades en estos interrogatorios respecto de los de un crimen de ciudad. La primera es que hay que bajar el lenguaje. No solamente en la sentencia, para que la gente comprenda la decisión judicial, sino en los interrogatorios”.
“Nos pasó que hubo que preguntarles a ellos qué entienden por determinados términos”, terció el secretario del tribunal Javier Aranívar. Varios testigos repitieron durante las audiencias lo que Eugenio, en sus veinte cuatro horas de agonía, decía: aguaicar, me aguaicaron. En la capital salteña, el término connota un ataque de arma blanca dentro de las cárceles. Pero para los pobladores de la zona, y su experiencia montaraz, la palabra refiere otra cosa. Los jueces y el fiscal Vaca le pidieron a los testigos que lo aclararan. Todos dijeron lo mismo: aguaicar es atacar a una persona entre dos o tres.
La madre y algunos familiares de los hermanos Anco, que fueron sentenciados a tres años de prisión.
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