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10-3-2014|10:41|Lesa humanidadEspeciales
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Los juicios vistos por un escritor

Juicios x escritores: la insistencia de las voces

El escritor Félix Bruzzone y el dibujante Fabián Zalazar fueron a una nueva audiencia de la causa ESMA. Allí, por primera vez, declararon Fernanda Ríos y Eduardo Giardino, novios antes de su secuestro, casados en libertad.

Por: Félix Bruzzone

–Venimos por la causa ESMA –le decimos al policía viejo y grandote que se parece a Atahualpa Yupanqui.

–Acá, sí, más tarde –dice desganado –, como a las diez –y nos pide que esperemos en la planta baja y que él nos avisará cuando empiece la audiencia.

El dibujante me hace notar que en el ascensor que nos llevó hasta el subsuelo de los tribunales de Comodoro Py se leen las siglas SS. Subimos ahora por la escalera hasta un pasillo ancho con sillas modernas de un lado y sillones de cuero del otro. Elegimos el cuero. En la espera hablamos de libros, de zapatillas con resortes y de zapatillas con cámaras de aire. Apenas nos conocemos, pero hablar de zapatillas motiva la ocurrencia de un emprendimiento textil: fabricar fundas para zapatillas. En un momento pasa el hijo de mi primo segundo político. Abogado mi primo, futuro abogado su hijo. No sabía que trabajaba acá. Hablamos un rato. Saludos a la familia. Mientras tanto, en todo momento, pasan mujeres jóvenes y bellas. Algunas, muy bellas. Como la chica menuda y simpática de pollera a lunares que se nos acerca. Es del CELS, tiene acento francés y al reconocernos nos orienta sobre lo que veremos en la audiencia. También nos dice que a las diez bajemos por nuestra cuenta.

–Acá nadie te avisa nada –dice sonriendo.

Sin embargo, al rato aparece Atahualpa y nos avisa que falta poco, que cuando esté todo listo nos hace bajar. Acompaño al dibujante a tomar un café en una máquina. Aprovecho para ir al baño. Me lavo la cara.

Ya abajo, hay bastante gente para la audiencia, pero cuando los fiscales salen y anuncian que todavía no pueden encontrar a uno de los jueces, y que volvamos en una hora, todos se dispersan. Nosotros al principio nos quedamos, ahí parados, hasta que me dan ganas de tomar un café y ahora es Fabián –el dibujante– el que me acompaña hasta la máquina.

Los pasillos de Comodoro Py son como el cielo de esta mañana. Gris, nubes lisas y sin rebordes, flacas, que cada tanto se mueven un poco y dejan ver el cielo bien celeste arriba.

Nos quedamos en la planta baja, asomados en el remanso de una escalera ancha que baja a una playa de estacionamiento por la que ahora pasean los fiscales. Junto a mi café humeante, dos grupos de abogados. Aunque no hay nada que los distinga, uno es el de los defensores y otro el de los querellantes de la causa ESMA. En uno, hablan de la reforma al código penal. En el otro, un tipo joven dice:

–¿Quién es más responsable, el soldadito, o el juez que no hacía nada con los hábeas corpus. Lo de un juez es mucho peor.

 

La chica del CELS nos adelantó que los testigos-víctimas-de-la-ESMA que declaran hoy son una pareja (Fernanda y Eduardo, novios antes de ser secuestrados, matrimonio después) y que nunca declararon ante tribunal ni ante institución alguna. Supongo que hablar por primera vez de todas esas cosas espeluznantes que ya empezamos a escuchar por boca de Fernanda debe requerir de una preparación semejante a la de entrenar para tragarse un pan de manteca sin masticar. Sólo que ahora la prueba de Fernanda es más parecida a tener que sacar de su garganta ese pan de manteca atorado.

Hay quiebres y llantos. Y aunque Fernanda dice lo que todos alguna vez escuchamos sobre las cosas que pasaron en la ESMA hace más de treinta años, cuando ella ni siquiera tenían treinta años, nada de lo que dice deja de tener cierto efecto. Se trata de una repetición de una repetición de una repetición. Pero al mismo tiempo, de alguna forma, su primera vez es la primera vez de todos los que la escuchamos. Por otra parte, aunque sea todo repetido, aunque las personas a las que ella implica, porque las recuerda, porque averiguó sus nombres, porque está obligada a decir la verdad, están todas ya condenadas en anteriores juicios similares a este, como escribió José Emilio Pacheco en ese extraño libro llamado Morirás Lejos, “la billonésima insistencia no estará de sobra jamás”.

Al terminar su declaración, Fernanda se acerca al sector del público, donde estamos el dibujante y yo, y cinco mujeres de distintas edades la rodean y la abrazan en conjunto. Una, muy joven, llora con fuerza y antes de que se la lleven, conmocionada, grita “¡hijo de puta!”. Como no vimos a ningún imputado en la sala, no entendemos a quién insulta. Aunque después la chica del CELS nos dirá que sí había uno: el ya condenado Cavallo, que siempre pide estar presente y se camufla entre los abogados defensores con una laptop en la que toma notas, incesante.

Luego, en el turno de Eduardo, el relato se vuelve más singular y se completa con imágenes precisas, casi instantáneas de la ESMA de entonces. Llegado un punto, también esas concreciones de lo espeluznante empiezan a parecerse a algo familiar. “Tiene razón, tiene razón, pero la billonésima insistencia no estará de sobra jamás”.

 

Es posible que en la repetición haya una forma de asumir el destino. Fernanda, refiriéndose a las cosas que contó sobre su cautiverio, muchas veces dijo: “Así era”. Luego, pausa demoledora. Y Eduardo recuerda que, cuando fue liberado, lo dejaron solo en la calle con un bolso. Tenía miedo de ser secuestrado otra vez y se tomó un colectivo. Como no tenía con qué pagar, miró al chofer y le dijo: “Bueno, es así”, y pasó para el fondo.

Curiosamente, también es posible que las mismas repeticiones también sean una forma de moldear ese destino. Ahora, por ejemplo, el condenado es Cavallo; no Fernanda, no Eduardo. Y el dibujante toma nota. Y yo tomo nota. Repetimos, tomando nota. Y no somos los únicos acá que lo hacemos. Otra gente del público también, toma nota. Y los abogados, y los jueces, y los fiscales, ahora toman nota. Cavallo también, toma nota. Y mientras todos tomamos nota, lo que pasó, pasa. Y tomamos notas, mentales, incluso cuando nos vamos. Entonces cruzamos las anchas avenidas de la zona, bajo esas nubes bajas que cada tanto se mueven y dejan ver el celeste fuerte del cielo de arriba, y también nos disponemos a tomar nota, parece inevitable, cuando estemos en nuestros colectivos y en nuestros trenes de vuelta a casa. 

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