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El militante argentino fue asesinado por la dictadura de Augusto Pinochet en 1973. La investigación penal comenzó después de varios intentos de Olga Reynoso Morales, su compañera de la época. La causa se había archivado, pero hace un mes se pidió la reapertura, y se sumó información.
El Partido Socialista chileno decidió presentarse como querellante en la causa que investiga el asesinato del militante argentino Oscar Bugallo durante la dictadura de Augusto Pinochet, en 1973. La investigación penal comenzó después de varios intentos fallidos de quien fuera su compañera de lucha durante aquellos años, Olga Reynoso Morales. La causa se había archivado, pero hace un mes se pidió la reapertura, y se sumó información de la ardua investigación que Olga misma llevó adelante.
El apoyo del Partido Socialista en la causa podría darle un nuevo impulso al expediente que se abrió en el 2003 ante la Corte de Apelaciones de Santiago. En 2006 Olga se constituyó como querellante, y en 2007 se sumó a otra querella con otros familiares argentinos de ejecutados políticos en Chile. En 2009 se cerraron todas las causas por falta de testigos y de pruebas. Olga no bajó los brazos, y se dedicó a contactar a los compañeros de militancia de Oscar para recolectar testimonios y pruebas.
La llegada del “Chileno”
Oscar Bugallo nació el 17 de octubre de 1949 en Buenos Aires. Toda su familia estaba comprometida con la política, y estaba vinculada al Partido Comunista. En su juventud formó parte del Partido Comunista Revolucionario (PCR), espacio en el que militaba cuando conoció a Olga, en una villa de Dock Sud. En ese entonces los compañeros los apodaban “el Chileno”, por su interés en el proceso socialista del país trasandino, donde Salvador Allende se alzaba en el poder sin disparar un solo tiro.
Olga no olvida cómo lo conoció, y cuenta la anécdota que lo pinta de cuerpo entero. El día que Oscar visitó la villa de Dock Sud, fue a ver el trabajo que realizaban con la gente del lugar. “Nos miramos y sentí que quería conocer al compañero del que todos hablaban”. Al irse, se tomaron el mismo colectivo, y charlaron durante todo el viaje. Olga se tenía que bajar en La Boca, pero al llegar lo invitó a comer a su casa. Era domingo, y su madre amasaba tallarines. “Cuando se lo presenté a mi familia, empezó a hablarle a cada uno de lo que podía llegar a interesarle, sin dejar de decir lo que pensaba. En un rato se metió en el bolsillo a mi papá, mi mamá, mis cuatro hermanas y mi hermano pequeño”, recordó Olga en diálogo con Infojus Noticias.
“A combatir en todas partes”
La primera vez que fue a Chile, Oscar apenas tenía 21 años. Era la primera vez que un gobierno socialista llegaba al poder a través del voto popular, sin recurrir a la violencia. Ya del otro lado de la cordillera, se unió a la Unidad Popular, compuesta por el Partido Comunista y el Socialista. Permaneció allí un año, y volvió a la Argentina. Conoció a Olga y siguió militando en el conurbano, pero en Chile se vivía un clima de tensión.
En junio de 1973 las Fuerzas Armadas realizaron el “Tanquetazo”, un intento frustrado de golpe de Estado. Oscar, preocupado, volvió a la tierra de Víctor Jara sin saber que allí lo esperaría la muerte. Oscar González, entonces compañero de militancia de su tocayo, y hoy secretario de Relaciones Parlamentarias del Gobierno nacional, contó en una nota –publicada por Página/12 el 11 de septiembre pasado- que antes de partir a Chile para integrarse a la Central Única de Trabajadores y al Partido Socialista, Bugallo le dejó una carta de despedida a sus compañeros que “concluye premonitoriamente con una doble consigna: ‘Por el socialismo, a combatir en todas partes. A morir bajo cualquier bandera’”.
“El Chileno” militó en la Tercera Comuna de Santiago, en el Partido Socialista, y se vinculó al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). En septiembre del año pasado, Olga finalmente pudo saber que Oscar fue detenido después de una reunión con algunos compañeros, el 15 de octubre. Lo llevaron los carabineros de la Comisaría 7º de Santiago. No hay registro de los días siguientes, porque “todo era un caos”. Pero todo indica que ambos estuvieron en el Estadio Nacional, improvisado centro clandestino de detención masivo. Fue asesinado el 17 de octubre de 1973, cuando cumplía sus 24 años, y su cuerpo arrojado a frente al Templo Votivo de Maipú.
La búsqueda de memoria, verdad y la justicia
Costó mucho reconstruir el recorrido de Oscar en Chile. Quizá porque Olga no tenía idea de que sus compañeros del Partido Socialista lo apodaban “Che”. Quizá porque lo buscó como militante del MIR, y no trascendió casi nada sobre las actividades que Bugallo realizaba en colaboración con esa organización. La clandestinidad era estricta, y Oscar siempre decía que uno no podía hablar de lo que no sabía, en caso de que alguien fuera detenido y torturado. Por eso jamás dio una pista firme de sus actividades en Chile, así como nunca dio a conocer allí nada sobre su familia y amigos en Argentina.
Fue de la mano de Ernesto Lejderman Ávalos que impulsaron el paradigma de la memoria, la verdad y la justicia en Chile. Ernesto es hijo de Bernardo y de María del Rosario, dos militantes que fueron asesinados por una patrulla militar del regimiento Arica de La Serena. Ernesto contó a Infojus Noticias que en los comienzos de la década del 90 se acercaron a las organizaciones de derechos humanos en Chile, y que llevó más de cinco años lograr vincularse con ellas y empezar a dialogar con otros compañeros.
Tres militares fueron enjuiciados y condenados a cinco años de prisión por el asesinato de los padres de Ernesto. Él no quedó satisfecho. “Una patrulla tiene más de tres hombres, y cinco años no son una condena acorde a lo que hicieron”, explicó. Por eso acudió ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, que este año analizará su caso. El crimen de Oscar Bugallo sigue impune, pero este año será clave para esclarecer las condiciones en que fue asesinado.
Ernesto y Olga dedican gran parte de su tiempo, esfuerzo y dinero a reconstruir sus historias y las de Oscar, Bernardo y María del Rosario. Durante los últimos veinticinco años, viajaron muchas veces a Chile, y perdieron varias veces sus trabajos para poder encarar esas largas horas de trayecto en colectivo hasta Santiago. Hoy se enorgullecen de la decisión que tomaron: la de conocer y dar a conocer la verdad, para fortalecer la memoria y alcanzar la justicia. Sin embargo, esta última meta aún no está cumplida. “Quizá nos cueste toda la vida”, piensa Ernesto.
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