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Manuel Ludueña fue un trabajador naval del astillero Astarsa. Lo secuestraron en marzo de 1976 y estuvo secuestrado en la Comisaría de Tigre, donde lo torturaron. “Los interrogatorios duraban horas y había ocho personas alrededor mío”, le relató hoy al Tribunal Oral Federal 1, que lleva adelante el juicio número 11 por los crímenes ocurridos en Campo de Mayo.
Las fechas y algunos nombres se le olvidaron al ex trabajador naval Manuel Ludueña cuando declaró hoy ante el Tribunal Oral Federal 1 de San Martín. Fue por su secuestro en marzo de 1976, en el marco del juicio de los obreros de la zona norte del conurbano bonaerense. “No estoy nervioso, pero quiero que se haga justicia por mis compañeros, soy el único sobreviviente”, le dijo a Infojus Noticias. Ludueña contó al tribunal que días después del golpe militar dos personas con sobretodo negro lo fueron a buscar al astillero Astarsa, donde trabajaba, en Tigre. Dos años antes había sido delegado en el área de soldadura, pero en ese momento no tenía militancia gremial ni política.
A las seis de la mañana de ese día, Manuel ya tenía la soldadora en sus manos, listo para trabajar. Pero estos dos hombres, que nunca se identificaron, lo tomaron del brazo y lo llevaron al Ford Falcon verde que los esperaba en la puerta del astillero. En ese momento, Ludueña tenía 27 años, estaba casado y tenía tres hijos.
Después de casi una hora de andar en el auto, frenaron y lo bajaron. “No sabía dónde estaba, por debajo de mi capucha pude ver un piso color blanco, quizás de mosaico”, les dijo hoy a los jueces Isabel Milloc, Héctor Sagretti y Diego Barroetaveña.
Ninguno de los diez imputados en este undécimo juicio de Campo de Mayo escuchó el relato de Ludueña, porque –como es su derecho- eligieron no estar en la audiencia. Entre los acusados hay militares, policías y oficiales de Prefectura. Se trata del ex general Santiago Omar Riveros, Luis Sadi Pepa, Juan Carlos Gerardi, Roberto Julio Rossin, Alejandro Puertas, Héctor Omar Maldonado, Juan Demetrio Luna, Rodolfo Emilio Feroglio, Carlos Daniel Caimi y Eugenio Guañabens Perelló.
Ludueña estuvo secuestrado en la Comisaría de Tigre. Ahí lo torturaron, le picanearon todo el cuerpo. “Los interrogatorios duraban horas y había ocho personas alrededor mío, dos eran mujeres. Y otros creo que eran médicos, tenían una vestimenta de mangas cortas, ropa blanca”. En los interrogatorios le preguntaron por sus compañeros, sobre todo, por Martín Mastinú, que en ese momento era delegado de Astarsa y hoy está desaparecido. “Cuando me torturaban me querían hacer gritar: ¡Viva Videla!”, dijo el testigo con la sala en absoluto silencio, el público conmovido por la declaración.
En algún momento de su cautiverio leyó escrito en la pared con lápiz: “Acá estuvo Hugo Rezeck”, un delegado gremial del astillero Mestrina, hoy desaparecido.
Entre las varias preguntas, el juez Barroetaveña quiso saber si su familia había tramitado habeas corpus y Ludueña dijo que sí, pero con resultados negativos.
En la comisaría, Ludueña vio a trabajadores de Terrabusi, Ford y de otros astilleros. Lucero, Portillo, Villalba, Amoroso, Conti son algunos de los nombres que les brindó a los jueces. También recordó a José Caamaño, que era un carpintero naval.
“Recuerdo a mi viejo sentado pidiéndo que no le esposen las manos”
Junto a Ludueña, hoy declararon la mujer de Caamaño y su hija Verónica, que tenía cuatro años cuando se lo llevaron secuestrado de su casa de Tigre. “Recuerdo a mi viejo sentado en el sillón, pidiéndoles que no le esposen las manos. A mi hermanito y a mí nos dejaron al cuidado de un militar con armas largas. Y cuando se lo llevaban, mi papá le repetía a los gritos a mi mamá: ‘Cuidá a los chicos’”, recordó Verónica emocionada, y con un hilo de voz.
Ludueña también recordó apellidos de personal de jerarquía del astillero, de quienes se sospecha que fueron los que entregaron listas de nombres a los militares: Lacoa, Martínez, Colonges y Lizarri.
-¿Quién cree que dio su nombre a los militares para que lo secuestren? – preguntó el juez Sagretti.
-La empresa, para mí fue la empresa- respondió tajante el testigo.
Después de estar dos meses en la comisaría -hoy señalizada por los organismos de derechos humanos-, lo trasladaron al penal de Devoto. Ahí volvió a ver a su esposa que lo visitaba con su bebé, el tercer hijo de ambos. Ahí, su mujer le contó que fue a preguntar por él al astillero y que Colonges le había dicho: “Su marido no va a salir nunca más porque es un perfecto activista”.
En noviembre del ‘76, lo llevaron a la Unidad 9 de La Plata y ahí se reencontró con compañeros de Astarsa y otros astilleros. Cuando salió en libertad, en marzo de 1977, Ludueña leyó los cuatro telegramas que le envió la empresa diciendo que había sido despedido con “causa justa”. En ese momento quiso hacerle juicio a Astarsa, pero amenazaron a su abogado y Ludueña no insistió.
Después de un tiempo volvió a trabajar en otro astillero y los últimos 25 años los pasó manejando un colectivo, pese a que después de la tortura no volvió a sentir más la rodilla izquierda. Ahora Manuel está jubilado y sigue viviendo en el mismo lugar que cuando lo secuestraron, en Pablo Nogués.
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