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Los testigos que declararon esta semana rememoraron el secuestro y la búsqueda de Hugo Torreta, Ademar Romié y Gilberto Mesa. Y hablaron sobre la colaboración civil. Los jueces Carlos Rozanski, Pablo Vega y César Álvarez juzgan a siete ex militares y policías bonaerenses por secuestros y torturas contra 24 personas.
La ciudad bonaerense de Junín empezó a saldar las cuentas con el pasado. Más de una decena de testigos -familiares, amigos y vecinos- que declararon esta semana, rememoraron el secuestro y la búsqueda de Hugo Torreta, Ademar Romié y Gilberto Mesa, tres de los –cuanto menos- cuatro asesinados que la ciudad sobrellevó en silencio durante los años de la dictadura militar. Y hablaron sobre la colaboración civil: parte de los trapos sucios que hasta hace pocos días callaba la ciudad. Los jueces Carlos Rozanski, Pablo Vega y César Álvarez, del tribunal oral Federal N°1 de La Plata, juzgan en la Universidad Nacional del Noroeste, a siete ex militares y policías bonaerenses por secuestros y torturas contra 24 personas.
La cruz en el pecho
Claribel María Mesa simpre había sido una mujer muy devota. El 17 de diciembre de 1976, cuando secuestraron a su hermano Gilberto Mesa, el titiritero de Junín, sintió que su fe se ponía a prueba. Se lo habían llevado en el medio de la noche, con su casa rodeada de policías y militares, un hombre armado y de civil, mientras su familia pensaba que los ruidos eran de una serenata: “Cuando mi papá se asomó nos dijo que nos metiéramos en el dormitorio. Se sintió un estruendo, entró una persona de civil, armada, y se lo llevaron”, recordó su hija Adriana Mesa, cuando declaró esta semana.
En medio de la desesperación, su hermana Claribel –Mary, como la conocían todos- pensó en los policías y militares encumbrados que había conocido en los cursos teológicos organizados por la Iglesia y el movimiento cursillista. Primero fue a la comisaría primera: “Fui a pedir que no lo torturen a Beto porque se moría”, contó. Después fue a ver al militar Ángel José Gómez Pola, uno de los imputados. “Le pedí por la cruz que tenía en su pecho que me dé indicios de dónde estaba 'Beto' para poder darle sepultura, pero no me dijo nada”.
Una tarde, mientras miraba una vidriera céntrica, se le acercó una persona que le susurró que no la mirara.
- Tu hermano está en Córdoba- le dijo. Y desapareció como una sombra.
Por datos sueltos, Mary rastrilló Córdoba, Junín y capital federal. Tuvo varios encuentros con Gómez Pola. Su padre, policía retirado, también hizo gestiones. Pero del titiritero Gilberto nadie supo más.
A vos te estábamos buscando
Adrián Adelmar Romie trabajaba en el viejo restaurante del Automóvil Club Argentino. La misma noche del 17 que se chuparon a Mesa, volvía a su casa en taxi con dos compañeros de trabajo. Cerca de la plaza 9 de julio, a la altura del teatro La Ranchería, un Falcon gris se les atravesó. “Bajan tres hombres armados con ametralladoras y pistolas, y lo bajan del auto, le dicen ‘a vos te estábamos buscando’”, contó Ramón Sartori, uno de los dos testigos del secuestro, que declararon esta semana. Sartori y Leonel Rabbia, el otro compañero, fueron a hacer la denuncia a la Comisaría Primera. No hubo respuestas.
Tampoco las tuvo la madre de Romié, a quién la testigo de esta semana –Silvia Nanni- acompañó al regimiento y a la comisaria. Se reunió con el mandamás militar de la zona, Félix Camblor.
- Señora de acá no fue, venga el lunes que le averiguo qué pasó.
Volvieron el lunes, pero la respuesta fue esquiva. “Nunca nos miró a los ojos”, recordó Nanni, de aquella reunión con el militar ya muerto.
El último cigarro
El 24 de mayo de 1976, en la casa de la familia Torretta se armó un desparramo. Era, otra vez, el procedimiento habitual: los soldados cercaban la manzana y los policías bonaerenses –con algunos civiles- entraban a la casa. Lo buscaban a Hugo, pero en medio del operativo hicieron salir a la calle a sus padres y su abuela de 80 años. Estuvieron algunas horas: dijeron que lo llevaban por averiguación de antecedentes. Cuando amaneció, Elsa Torretta, una de sus hermanas, fue a la comisaría primera de Junín.
“Ellos con total descaro le dicen que no tienen ni idea. Pero eran las mismas personas que habían estado en su caso durante el operativo”, contó a Infojus Noticias Oscar Farías, ex secretario de Derechos Humanos de Junín.
Pera la verdad era otra. Ismael Reinaldo Tornello, que estaba secuestrado en esa seccional desde el 2 de abril de 1976, contó que esa noche, mientras estaba en su calabozo, los guardias llevaron a un detenido golpeado hasta el cansancio, orinado. Lo tiraron al piso del calabozo. Tornello, que lo conocía, no lo reconoció por la paliza. Ahí hablaron diez minutos. Torretta, en un esfuerzo solemne, alcanzó un cigarrillo empezado que había dejado un policía. “Debe haber sido el último cigarro de su vida”, recordó esta semana Tornello.
Abel Pinto, otro hombre que estaba detenido aquella, agregó que a Torretta “lo trajeron a la comisaría Primera una madrugada y una hora más tarde se lo llevaron”. Torretta nunca apareció. Pero ahí no terminó el calvario familiar. A Susana Bugey, su pareja de entonces –y ex secretaria general de SUTEBA-, la secuestraron unos meses después cuando venía de Venado Tuerto.
La pata civil
“Cuando estaba saliendo de la casa de Imelde Sanz veo pasar un auto con una cara nefastamente conocida, de alguien que actuaba como un parapolicial en Junín, el señor Luciano Guazzaroni, que me señala”, declaró esta semana Susana Bogey, cuando recordó la desaparición de su esposo Torretta, y su propio cautiverio, en el que fue torturada y violada. Bogey involucró a Luciano Guazzaroni como uno de los civiles que integraba la patota de los militares. Y como uno de sus torturadores. “Se me interrogó de manera violenta, alguien me acercaba una estufa a la cara y amenazaba con quemarme. Ahí reconocí la voz del señor, que me había señalado antes de mi detención”, dijo Bogey.
Luciano Guazzaroni tiene un maxikiosco enfrente del Hospital Interzonal de Junín. Pero no siempre fue un comerciante próspero: en el libro Ezeiza (1985), el periodista Horacio Vertbisky lo recuerda armado entre las huestes de la derecha peronista que prácticamente monopolizaron las balas el día que volvía Juan Perón. “Empuñaban sus armas desde el palco Bevilacqua, Fernández y Juan Quiróz, del Comando de Organización; Alfredo Dagua, Luciano Guazzaroni, José Luis Tiki Barbieri y Emilio Tucho Barbieri, de la Liga Nacional Socialista de Junín”, escribió Vertbisky. En una de las fotos más célebres del libro, se lo ve abajo del palco, cerca de un hombre de anteojos ahumados que empuña una ametralladora.
En la década del ’90, Guazzaroni estuvo vinculado a la diputada Mirta Cure, hoy en las filas del Frente Renovador de Sergio Massa. “Apoyó el candidato Mario Calvo a intendente”, cuenta a Infojus Noticias Oscar Farías, militante de la tendencia más de izquierda del peronismo durante la década del ’80, y secretario municipal de Derechos Humanos de Junín hasta 2009. Desde su lugar de secretario, Farías encabezó la investigación sobre lo sucedido por la dictadura en la ciudad, que nutrió la causa judicial que luego terminó en un expediente más grande en Comodoro Py, en el juzgado de Daniel Rafecas.
“Acá hubo miembros de la sociedad civil que colaboraron de distintas maneras con el gobierno militar”, asegura Farías. Guazzaroni no es el único civil que engrosó las patotas policiales o militares, o señaló militantes para que los levantaran por la calle. “Y en las próximas audiencias van a seguir surgiendo nombres. Es un debate muy profundo que está generando en la sociedad juninense”, completó Farías.
Oscar Bozzini, un ex obrero ferroviario que fue cercano a la Juventud Peronista durante los primeros años de la década del ’70, declaró en el juicio oral la semana pasada. Después de su testimonio, le confesó a Farías que había olvidado nombrar a Héctor De Giullio. Sin embargo, su nombre figura en el expediente porque Bozzini lo mencionó durante su testimonio en la instrucción de la causa.
De Giullio fue agente de la Dirección de Inteligencia de la policía de Buenos Aires (Dipba). “Estuvo ligado a los foros de seguridad, y a la Sociedad de Fomento del barrio El Picaflor, un barrio del centro de Junín”, explica Farías. De Giullio también aparece en el libro sobre la represión local del escritor Héctor Pellizi, “El orden de las tumbas”. “Ahora coordina un curso para líderes sociales de la Sociedad Comercio-Industria de Junín, de la alta alcurnia”, completa Farías.
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