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"Soy una mujer de 52 años, y voy a decirle al Tribunal todas las cosas que le ocurrieron a una criatura de 14. Voy relatar todo lo que viví: los abusos, las torturas, las patadas, los golpes, las trompadas, las humillaciones, el aislamiento y el abandono que sufrí", dice Adriana Martín. La audiencia será el lunes en el Tribunal Oral Federal N°5 de San Martín.
Adriana Martín sobrevivió a dos cautiverios en centros clandestinos durante la dictadura cívico militar, y declarará el lunes ante el Tribunal Oral Federal N°5 de San Martín por primera vez para relatar su secuestro cuando tenía 14 años. "Soy una mujer de 52 años, y voy a decirle al Tribunal todas las cosas que le ocurrieron a una criatura de 14, que todavía ni siquiera había alcanzado la altura que tengo hoy. Y le voy relatar todo lo que viví: los abusos, las torturas, las patadas, los golpes, las trompadas, las humillaciones, el aislamiento y el abandono que sufrí", afirmó Martín a la agencia de noticias Télam.
Se trata del testimonio que dará el lunes una sobreviviente del terrorismo de Estado ante el tribunal que juzga a ocho imputados por delitos de lesa humanidad cometidos en el centro clandestino de detención conocido como "Mansión Seré", y en otros lugares que integraron el circuito represivo de la zona oeste del conurbano.
"Será un día muy difícil y muy esperado. El día de poder hablar lo silenciado tantos años, y de ser la voz de los compañeros que hoy no están". En el debate oral se investigan delitos cometidos en perjuicio de 95 víctimas ocurridos en la Subzona 16, conformada por los partidos de Morón, Ituzaingó y Hurlingham, Merlo y Moreno, entre 1977 y 1978.
"La causa fue reconstruida por todos los querellantes que armaron un rompecabezas de la represión asesorados por abogados", aseguró la sobreviviente que integra la Asociación de ex Detenidos de Mansión Seré-zona Oeste. El juez Daniel Rafecas llevó la instrucción de la causa por delitos cometidos en el ex centro clandestino Mansión Seré, y gracias al aporte documental y probatorio de los querellantes, el magistrado entendió que Mansión Seré formaba parte de un circuito represivo que operó en la zona oeste del gran Buenos Aires durante la dictadura cívico militar.
El 16 de diciembre de 1976, Adriana cenaba con su madre y sus hermanos en su casa de Villa Udaondo (en Castelar, hoy partido de Ituzaingó) cuando un patota irrumpió preguntando por Susana -su hermana de 16 años que militaba en la Unión de Estudiantes Secundarios- entre escenas de violencia, empujones y golpes.
"Nos hacen tirar al piso, a mí me esposan y me entabican, a mi madre la atan a un silla, le preguntan por los panfletos y los fierros, y a mis hermanos de 8 y 12 años los golpean. Entre gritos mi mamá les dice que sus hijas son estudiantes que trabajan y que por eso van a la escuela de noche, a lo que los represores responden: "zurdos de mierda, subversivos", relata.
Luego, es subida a los empujones al baúl de un auto y la llevan a lo que después identificó como la comisaría 3ra.de Castelar donde estuvo en condiciones inhumanas hasta el 20 de febrero de 1977.
"En el baúl yo gritaba y pateaba hasta que pararon, lo abrieron y me golpearon para que me callara. En la comisaría había muchos detenidos en las celdas y en el pasillo", recordó. De su cautiverio junto a los demás presos, Adriana aseguró que "éramos tratados como animales" y que en esos casi dos meses "me interrogaron cinco veces, no me aplicaron picana pero sufrí abuso sexual, patadas y trompadas, siempre entabicada, al principio acompañada por otras mujeres y después sola".
La liberación de Adriana fue un caso singular: "la patota me lleva en auto esposada y entabicada a mi casa, allí me sacan las esposas y en la puerta hablan con mi mamá y le dicen que tengo que presentarme en el juzgado de Morón y decir que me había fugado y que me iban a vigilar". Meses después, el 29 de septiembre de 1977 fue secuestrada nuevamente y llevada hasta la Brigada de San Justo, donde permaneció hasta el 30 de enero de 1978.
"Allí me tratan como una presa política", dijo y aclaró que además de ser torturada con picana eléctrica, fue llevada a un descampado donde, arrodillada, tabicada y esposada, sufrió un simulacro de fusilamiento en el que -sospecha por los disparos y los ruidos- compañeros de la UES de Morón fueron literalmente fusilados.
La liberación se produjo cuando la bajan de un auto a unas 50 cuadras de su casa, con la prohibición de sacarse las vendas. "Cuando me las quito, me deslumbró la luz del día y me vi sucia, flaquísima y perdida. Empecé a preguntar y después de caminar varias cuadras me ubiqué en mi barrio. Al llegar a mi casa, mi mamá, que primero se asustó pensando en un nuevo allanamiento, me abrazó y me dijo que tenía una sorpresa: era mi hermana que estaba acostada durmiendo", relató.
Desde aquel momento, Adriana pensó siempre en el día en que podía con su relato representar frente a un juzgado a sus compañeros de militancia en la UES y en la organización Montoneros desparecidos: Marcelo, Sonia, Ricardo, Enrique. Siguió viviendo en la misma casa, a pesar de que los vecinos eludían a la familia por miedo, y se propuso volver a estudiar en la misma escuela pero su director, un militar retirado, se lo impidió. "Me dijo que no podía y que él se reservaba el derecho de admisión. En Morón también me pasó lo mismo. Y con el trabajo también. Mi hermana y yo sufrimos mucha persecusión hasta el inicio de la democracia".
Hoy Adriana tiene dos hijos y dos nietos que -dice- "son mi alegría" y se enorgullece porque "a los 38 años hice la secundaria y también la licenciatua en Trabajo Social en la Universidad de Luján". "Me dí la revancha", se enorgullece la mujer que después de treinta y ocho años hablará por primera vez ante un tribunal contando su propia historia y saldará la deuda con sus compañeros de lucha.
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