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24-9-2014|18:30|Lesa Humanidad Nacionales
La maternidad clandestina que funcionó en Campo de Mayo

“Solamente querían tener a sus hijos al lado”

Lo declaró la obstetra Cristina Ledesma, que trabajó desde 1973 hasta 1987 en el Hospital Militar de Campo de Mayo. Se refería a tres partos que atendió de secuestradas. Después, declararon otros médicos de Maternidad y del área de Epidemiología.

  • Fotos: Mariano Armagno.
Por: Cecilia Devanna y Juan Manuel Mannarino

La obstetra Cristina Ledesma, que trabajó desde 1973 hasta 1987 en el Hospital Militar de Campo de Mayo, declaró hoy como testigo en el marco del juicio oral y público por la sustracción de menores, ocurrida en la maternidad clandestina de ese centro del Ejército durante la última dictadura. Los acusados son dos médicos, una partera y dos jefes militares. El debate se realiza en el Tribunal Oral Federal Nº 6 que, en 2012, sentenció que hubo un plan sistemático de apropiación de bebés.

En la causa están imputados el dictador Reynaldo Bignone y Santiago Riveros, responsables de la zona; los médicos militares Norberto Bianco y Raúl Eugenio Martín y la obstetra Yolanda Arroche de Sala García. La mujer reconoció, en un juicio anterior, haber atendido partos de mujeres en cautiverio en el marco del plan sistemático de apropiación de bebés. Por ese delito de lesa humanidad en 2012 se condenó a penas de hasta 50 años de cárcel a los acusados, entre ellos el fallecido Jorge Rafael Videla.

Durante casi quince años, Ledesma repitió una misma rutina: salía temprano de su casa en la ciudad de La Plata para tomar la guardia de Ginecología del Hospital Militar de Campo de Mayo. En ese sector trabajaba lunes y martes. Entre 1976 y 1979 estuvo en tres partos de mujeres detenidas en “el pabellón de infecciosas”. Según Ledesma, allí a las detenidas “siempre se las veía de a una y se las controlaba como a cualquier embarazada que estaba en trabajo de parto”.

Su testimonio se extendió por más de dos horas y media y, según explicó a Infojus Noticias una fuente de la fiscalía, fue “muy importante, porque reconoció que estuvo en tres partos de mujeres en el sector de Epidemiología, algo que ya se había probado en el juicio de plan sistemático y fue confirmado por Casación”. La fuente agregó: “Ella ubicó a Bianco y a Martín en funciones importantes del hospital”. 

Sobre Arroche de Sala García, Ledesma afirmó que “era una colega, que me tomaba la guardia de los martes. Ella estuvo mucho tiempo en la división de infecciosas, porque estuvo internada por tuberculosis, yo la iba a ver”, recordó. “En los años que yo estuve -trabajando en el hospital- habré visto tres embarazadas, no en el mismo momento, pero sí en la misma habitación, con trabajo de parto”, explicó. Y detalló que, desde allí, “me las traían en camillas o sillas de ruedas hasta la sala de partos. Tenían que atravesar un camino de dos cuadras hasta la sala, que estaba en el segundo piso”, describió. 

Ledesma, que varias veces afirmó no recordar lo que se le preguntaba, aseguró que a las mujeres detenidas “se les hacía el parto y se hacia la historia. Igual que a las mujeres de los oficiales, o los civiles”, aunque agregó que “no se las registraba en el libro de nacimientos, con nombres, pesos, etc”. Cuando le preguntaron por qué, respondió: “Ésas eran las ordenes que recibíamos de los militares” y nombró al jefe de servicio, Julio César Caserotto. Junto a él, contó que fue a revisar a la habitación del pabellón a las tres detenidas en cuyos partos intervino en diferentes oportunidades. “Estaban con un enfermero en la puerta de la habitación del pabellón. Había un ‘soldadito’ dando vuelta y un enfermero por si llamaban las señoras que estaban. Ellas llamaban, estaban bien alimentadas, les daban vitaminas, todo”, dijo. Las mujeres, según Ledesma, “no tenían ojos vendados ni estaban atadas ni tabicadas”.

Ledesma contó que Caserotto le dijo que a las “detenidas por la situación que se estaba viviendo, había que atenderla como a todo paciente, pero que no se les tenía que hacer historia clínica y había que tratarlas como NN”. Después, dijo no recordar si los bebés que nacieron fueron nenas o nenes y que ella sólo las revisaba en los momentos previos. “Sólo las revisábamos, no hablaban nada. No respondían a ningún interrogatorio. Se las trataba como NN. A los civiles no nos decían absolutamente nada”, aseguró la mujer que dijo haberles preguntado si necesitaban algo y que ellas siempre se negaron “a responder o pedir ayuda”.

Ledesma explicó que a esas mujeres solo las vio en los momentos posteriores, porque después “los controles post natales los hacían los médicos militares. Ellas quedaban internadas, no volvían al pabellón”, agregó.

Alan Iud, abogados de Abuelas de Plaza de Mayo, único querellante en la causa, le preguntó si sabía que las mujeres estaban allí. “Éramos notificados que había una señora detenida en el pabellón, que teníamos que estar atentos cuando se desencadenaba el parto”. En ese sentido, Ledesma hizo división entre los médicos militares y los civiles. “Los militares se iban a las 13 y nosotros quedaban con todo el servicio por atender”.

Luego agregó: “Solamente querían tener a sus hijos al lado. Algunas lo ponían en la cuna, otros sobre su regazo. Una sola me pidió tenerlo en su regazo. Era joven y tenía el pelo largo, de color castaño, no quiero que me falle la memoria, pero me parece que la que me pidió que se lo deje en el regazo”. Más tarde llegó el turno de las fotos.  Le mostraron decenas de imágenes de mujeres para ver si reconocía alguna, pero no pudo hacerlo.

Iud volvió sobre un punto que había hecho referencia la mujer: que algunas de esas mujeres “estaban sin teñirse”. El abogado le pidió que especificara si eso era porque tenían canas o por que en algún momento se habían teñido y habían dejado de hacerlo.

Ledesma contó que su nombre está en el “Nunca Más”, donde “dicen cosas de mí que nunca hice. Siempre lo consideré algo muy injusto, porque de ahí no salís más”, dijo.

Aunque muchas veces aseguró no recordar cosas que pasaron allí, la mujer describió una situación que se repitió en los tres partos. “Cuando nacían en mi guardia, las mamás quedaban en un habitación con su bebe, no eran llevadas al pabellón de infecciosas. Me acuerdo de una de ellas que pidió que se lo dejara en el regazo, no en la cuna. Si la memoria no me falla, creo que era una varón, un varoncito”, concluyó.

Mujeres detenidas en el área de epidemeología

El segundo testigo de la jornada fue Carlos Raffinetti, médico jubilado que trabajó como ginecólogo en el Hospital Militar de Campo de Mayo entre 1958 y 1983. Ante la pregunta de la fiscalía, contó el proceso normal de atención a una embarazada. Una partera y un médico interno se hacían cargo del parto. Entre 1976 y 1983, contó que el jefe de servicio se reemplazó por un médico militar pero negó que en el Hospital hubiera cambios en la organización.
Luego reconoció a Arroche de Sala García como partera de guardia –“una muy buena profesional”- y dijo que, muchas veces, eran ellas las que firmaban las partidas de nacimiento. También reconoció al médico Martín, dijo que “tuvo una excelente relación como compañero de trabajo” y lo consideró una “persona amable”.

A la hora de describir la Maternidad, dijo que había tres habitaciones con dos camas. “Nunca vi ninguna embarazada detenida ni tampoco sabía que estuvieran así en otras zonas del Hospital”, dijo. También desconoció de partos de mujeres embarazadas en la cárcel de Campo de Mayo. Raffinetti había declarado ante la Conadep. En aquella oportunidad, repitió su testimonio de hoy y, ratificó también que el área de epidemiología “estaba vedada” y era un lugar custodiado por soldados: “No se podía entrar, porque del otro lado de la puerta había un guarda armado. Tiempo después me enteré que allí había mujeres detenidsa”. En este sentido dijo que Casaretto –que era uno de los pocos que tenía acceso al área de epidemiología por ser jefe del Servicio de Ginecología y Obstetricia- una vez le falsificó un certificado de nacimiento. Por último, dijo que nunca vio a Bignone y a Riveros en el Hospital.

A su turno, declaró Silvia Cecilia Bonsignore de Petrillo, médica que trabajó en el servicio de Maternidad del Hospital de Campo de Mayo. En un princicpio, dijo que vio una sola mujer detenida. “Fui a la sala de partos, la señora estaba con los ojos vendados, luego se la internó en el servicio de epidemiología. Pregunté y me dijeron que la habían visitado los familiares. Caserotto estaba a cargo y la partera fue Nélida Baralis. A esa chica que dio a luz la vi hace un poco en un programa de televisión. Está viva”, enfatizó.

En el Hospital se comentaba que los partos ocurrían en la cárcel de Campo de Mayo. “Los civiles no sabíamos nada”, dijo. Había médicos militares que a veces vestían de uniforme y otros con la bata de médico. Reconoció a Bianco como uno de ellos.

En otra oportunidad, contó que estaba en una guardia pasiva y la llamaron para atender una cesárea. Fue hasta la Maternidad y no había nadie. De pronto, se encontró con Bianco: él le dijo que había traído una mujer desde la cárcel de Campo de Mayo. “La operé, y luego me fui. No la vi más. Esa paciente no se quedó en el Hospital”, testimonió. En ambos partos, no recordó el sexo de los bebés. En Campo de Mayo, se hacían 20 partos por mes. “Esa cantidad no varió nunca en esa época”, aclaró. A diferencia de Raffinetti, dijo que vio varias veces a Riveros en los pasillos del Hospital.

Por último, agregó un dato que no pasó desapercibido para el Tribunal. Dijo que los militares llevaron a la zona de Maternidad a niños y bebés “que venían de los enfrentamientos”. Y agregó: “A nosotros nos decían que los enfrentamientos con la guerrilla eran oficiales, y entonces no preguntábamos más. Los civiles, al lado de los militares, éramos ciudadanos de segunda”.

En el cierre testimonió José Soria, enfermero del área de epidemiología. Dijo que supo de mujeres detenidas –“no menos de ocho”- porque “se prepararon habitaciones especiales para atenderlas”. No vio embarazadas ni bebés: sólo mujeres que habían parido por cesárea: “Las traían caminando del servicio de Maternidad, tenían mucho dolor”. Que no había historias clínicas: que tanto Bianco como Casaretto estaban a cargo de las guardias y les prohibían hablar con ellas. En el área, había custodios. En esa zona del Hospital, también vio a hombres detenidos, esposados a la cama: algunas veces, él les acercó la comida. Uno de ellos le dijo que estaba herido de bala en la rodilla y con migas de pan le “dibujó” un número: la custodia lo descubrió y lo tiró al tacho de basura. “Por secreto militar, nos prohibían hablar. Sólo los militares sabían lo que pasaba”, dijo.

Antes de terminar, Soria contó que una vez le dieron la orden de acompañar a una mujer detenida hasta un Renault 12. Allí lo esperaban dos represores. Le pusieron unos anteojos grandes, subieron y la sacaron del Hospital. “La acompañé hasta la puerta y luego me volví. Nunca más supe de ella”, concluyó.
 

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