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26-1-2014|9:38|Lesa Humanidad Nacionales
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Obreros desaparecidos

Volver a Molinos Rio de la Plata, 36 años después

Guido Almaraz vuelve a lo que alguna vez fue la fábrica donde trabajaban 1200 obreros, unas de las principales empresas de los Bunge y Born. Allí es donde secuestraron a su hermano y a otros 26 trabajadores. Hoy sus hijos reclaman justicia.

  • Fotos: Sol Vazquez
Por: Laureano Barrera

Guido Almaraz extiende la mano hacia adelante y separa los cinco dedos.

-Esto era un hormiguero-, dice.

Mientras lo dice, parece estar viendo más lejos que esta calle empedrada en silencio, volviendo a un lunes cómo éste pero de hace cuarenta años, cuando la empresa Molinos Río de la Plata era la nave insignia del imperio Bunge y Born y no estas seis manzanas casi desiertas: apenas el pellejo de una bestia muerta. Cada atardecer, 1.200 obreros peregrinaban por Dean Funes hasta la avenida Mitre, las paradas de colectivo, o los bares de la zona a tomar cerveza o vino.

Guido vuelve a este sector de la fábrica después de 36 años. “Esto me trae tantos recuerdos” dice, y su voz tiembla, como en los viejos contestadores  automáticos. “Mirá: allá, donde está aquél toldito verde, estaba la entrada para los obreros. Hacías dos metros y tenías todas las máquinas para marcar tarjeta”.

Molinos Río de La Plata producía yerba, azúcar, aceite, manteca, mayonesa, cerveza, vino, alimento para perros, y muchos otros productos comestibles. Guido, un santiagueño que migró a Buenos Aires a los 16 años a probar suerte, empezó trabajando a 200 metros del lugar donde conversa con Infojus Noticias, en el área de producción de mayonesas: aprendió que se hacía mezclando azúcar y sal, y agregándole mucho huevo y jugo de limón.

 “Ahí estacionaron los camiones del Ejército”, dice señalando el toldo verde. El 7 de julio de 1976, tres camiones militares levantaron –según algunos testimonios- unos 70 obreros. Muchos integran la lista de los 26 trabajadores que entre marzo de 1976 y fines de 1978 fueron secuestrados y desaparecidos. Guido no tiene pruebas, pero sí una certeza:

- Fueron ellos.

Asi empezó la entrevista, en un bar tradicional de la avenida Mitre al 300, Avellaneda. “No tengo pruebas, pero viví esa época y sé que fueron. Los militares tenían papeles, listas, seguro con domicilios y detalles. Sino por qué se llevaron a los compañeros más combativos?”.

-¿Fue aumentando la tensión a medida que se acercaba el Golpe?

-Fue como que se apagara la luz de la noche a la mañana. Cuando llegué el 24 a las dos de la tarde, los compañeros ya comentaban que no podía haber reuniones ni comentarios. Volvimos al régimen de la dictadura de Lanusse, cuando ni siquiera podíamos ir al baño.

Ricardo Avelino Almaraz, el hermano menor de Guido, entró a trabajar a la fábrica a principios de los ’70, y pronto se convirtió en un referente de los operarios. “Con una paciencia bárbara, se llevaba a los gallegos y los tanos que venían sólo a trabajar a un bar de abajo del Puente Viejo, y charlaba con ellos sobre sus derechos. Llegó un momento en que el bar, que era muy grande, ya no daba abasto”, cuenta su hermano.

-¿Cómo lo recordás a tu hermano?

-Él era un tipo muy inteligente y creativo. Él soltaba algunas cosas que yo entendí mucho después, con el tiempo. Nosotros hicimos dos tomas de la fábrica. En la segunda, por ejemplo, él se le ocurrió poner montículos de alimento para perros (que había en la fábrica) para distraer a los perros de la policía. Otra vez, inventó que se había pinchado la goma de uno de los camioncitos remolcadores y enganchó comida envasada y la llevó con la rueda baja a Villa Tranquila, que estaba cerca. Él negoció con la empresa que el alimento que cumplía la fecha de vencimiento se entregara a los vecinos, en lugar de tirarlo.

Un día, a Ricardo lo llamaron a una reunión en la gerencia. Regresó a los pocos minutos. “Me dijo que le habían ofrecido un cheque en blanco para que llenara y se fuera del país, y que le compraban una casa en el país que eligiera. Yo sabía que él lo había rechazado, no tenía ni que preguntárselo. Pero sí quería saber qué les había contestado. Me dijo ‘nada, le dije gracias, me di vuelta y me fui’”.

Una semana después fue secuestrado de su casa de Lanús Este, en Pirovano 1829. Irrumpieron de madrugada y se llevaron también a su cuñada. A la beba recién nacida la dejaron con la abuela, en la casa de enfrente. Le secuestradores –algunos dijeron que tenían uniformes policiales- saquearon hasta las colecciones de José Larralde que tenía.

-¿No supiste nada más de él?

-No, a algunos compañeros suyos los vieron en la comisaría 4ta de Avellaneda. Una travesti que estaba detenida conocía del barrio a uno de los obreros que pasó la noche del secuestro ahí. Y esos policías nos conocían. Pero no tenemos certezas.

Tres hijos de obreros desaparecidos -Analía Fernández, hija de Francisco Fernández, Roxana Freitas, hija de Avelino y Ernesto Ceferino Mattaboni, hijo de Rubén-, se presentaron a fines de septiembre pasado una denuncia judicial para que se investigue si hubo complicidad empresarial con las desapariciones de los trabajadores. El 5 de febrero, se retomarán las declaraciones en la causa, con obreros de aquella época y familiares de los desaparecidos.

-¿Qué te genera, después de tanto tiempo, la causa judicial en la que se está investigando?

-A mí me parece bien. Yo voy a hacer lo que tenga que hacer para mi hermano y los compañeros, lo voy a hacer con el orgullo más grande. Yo he convivido con ellos, aún en distintos horarios, yo conocí a cada uno de los trabajadores de Molinos. Puedo equivocarme en un horario, un día, pero yo viví todo lo que pasó.

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