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1-10-2014|18:00|Lesa Humanidad Nacionales
El debate se realizó ante el Tribunal Oral Federal Nº 6

Estuvo en dos partos clandestinos: “Son una mochila muy pesada”

La obstetra Nélida Elena Balaris declaró hoy en el juicio por la maternidad clandestina de Campo de Mayo. Del primer parto dijo que la mujer tenía “los ojos vendados y estaba con custodia”. Del segundo, recordó que discutió con sus superiores: “Me dijeron que fuera a la cárcel y dije que no correspondía, que para eso estaban los médicos militares”, detalló.

  • Mariano Armagno.
Por: Cecilia Devanna

Dos partos están grabados en la  memoria de Nélida Elena Balaris, una obstetra de 72 años. “A mí edad son una mochila muy pesada que llevo. A medida que pasan los años es cada vez peor”, contó hoy frente a un tribunal. Ambos partos ocurrieron en la clandestinidad, durante la última dictadura cívico-militar y por ellos también declaró ante la Comisión Nacional por la Desaparición de Personas (CONADEP) cuando volvió la democracia.

Balaris declaró en el juicio oral y público por los crímenes de la maternidad clandestina del Hospital Militar de Campo de Mayo, durante la última dictadura. Se realiza ante el Tribunal Oral Federal Nº 6 que, en 2012, sentenció que hubo un plan sistemático de apropiación de bebés. Después de la mujer, dieron su testimonio el enfermero y radiólogo, Jorge Luis Eposto, el médico Ernesto Abel Fridman, y la enfermera, Ramona del Huerto Sensenaro.  La última testigo del día, Lucía Cartasegna, fue relevada porque su testimonio podía auto-incriminarla.

En la causa están imputados el dictador Reynaldo Bignone y Santiago Riveros, responsables de la zona; los médicos militares Norberto Bianco y Raúl Eugenio Martín y la obstetra Yolanda Arroche de Sala García. La mujer reconoció, en un juicio anterior, haber atendido partos de mujeres en cautiverio en el marco del plan sistemático de apropiación de bebés.

Sobre el primero de los dos partos, Balaris contó que le llamó la atención ver que la mujer “era llamativamente canosa y no emitió ningún sonido, no se quejó, ni nada. Tenía los ojos vendados y estaba con custodia”, contó. La parturienta estaba en la sala de Epidemiología, a la que le decían “el fondo”, contó, sobre el pabellón donde había detenidas-desaparecida en el Hospital Militar de Campo de Mayo.

“Tenía los ojos vendados con gasa, estaba acostada en la cama, que tenía la cabecera contra un ventanal tapado o las persianas cerradas. La iluminación era artificial”, reconstruyó ante las preguntas de la fiscalía y la querella a cargo de Alan Iud, representante de Abuelas de Plaza de Mayo. En su esfuerzo por describir a esa mujer dijo que creía que tenía alrededor de 40 o 41 años. No recordó si el bebé que nació fue nene o nena. Después de ese momento Balaris no volvió a ver a la mujer, ni al bebé.

Luego habló sobre el segundo parto. “Es el más doloroso de todos”, dijo y se quebró por un segundo. “Por él tuve una discusión tremenda con Caseroto (jefe del servicio de Obstetricia, ya fallecido) y Di Benedetto (director del hospital)”, relató. Esperó un segundo y siguió. “Me dijeron que fuera a la cárcel y yo dije que no, que no correspondía, que para eso estaban los médicos militares”, detalló, con vehemencia. Caseroto le dijo que la orden la había dado Di Benedetto y que tenía que ir. “Me mandaron con una enfermera y con un traumatólogo, que estaba muerto de miedo. Nos metieron en una ambulancia y nos llevaron”.

Cuando llegó a la cárcel había una mujer joven, que Balaris estimó que tendría alrededor de 30 años o quizás menos. Era rubia, de tez clara y tenía los ojos vendados. Estaba en pleno proceso de parto. “Estaba en un estado expulsivo, había que atenderla ahí”. El bebé fue varón y el frío que hacia ese día hizo que Balaris tuviera que pedir permiso para que le dejaran poner el bebé sobre el abdomen de la mamá, “para mantenerle el calor”. Después de eso la llevaron de vuelta al Hospital. Ahí tuvo una crisis y discutió fuerte con Caseroto por las condiciones en que se había dado el parto. “Le dije de todo menos lindo”, dijo.

 

El cruce se repetiría tras el retorno a la democracia. “Fui a declarar voluntariamente ante la CONADEP, nos había citado el doctor Raúl Alfonsín”. Balaris fue con otras obstetras y algunas médicas, pero antes tuvo una reunión con Caseroto, Di Benedetto y “otros personajes, que nos interrogaron de por qué queríamos ir a declarar”. En esa reunión, Balaris fue amenazada por Caseroto: “Me dijo que iba a ver crecer las margaritas desde abajo”, contó y agregó: “Yo le respondí que no iba a necesitar un litro de vino para poder dormir”.

Balaris le dijo que ellas habían sido “partícipes inocentes de lo que había estado pasando”. Movilizada agregó: “Si a mí me decían la secuencia de cómo fue lo que pasó (con las mujeres y sus bebés), yo me hubiera escapado del país”. Y entonces explicó que cuando se formó profesionalmente, en el Hospital Argerich había atendido varios partos de mujeres detenidas, que se iban de ahí con sus bebés y que en estos casos pensó que sería así.

“Vi bajar hombres y mujeres con las cabezas tapadas”

El enfermero Jorge Luis Eposto trabajó como técnico radiólogo en el Hospital Militar de Campo de Mayo entre 1976 y 1977. Tenía cargo militar, cabo primero, del que le dieron de baja en el año 1982, “por usurpación de cheque”, aclaró. Durante esos años aseguró que vio “bajar hombres y mujeres de camiones militares, con las cabezas tapadas, que entraban al pabellón de epidemiología”.  Contó que todo se daba “con mucho silencio” y que los camiones “entraban y salían” sin registrarse en el ingreso o egreso del lugar.

Durante esos años no vio bebés, pero si dijo que era “vox populí” que había mujeres embarazadas. También contó que supo que un oficial violó a una mujer embarazada. “No sé en que lugar la violó. No sé si le hicieron un sumario”, dijo.

Sobre el pabellón de epidemiología,  Eposto dijo que tenía “una guardia que no era del hospital. No dejaban entrar a nadie. Estaba todo cerrado. Decían que eran extremistas  a los que tenían ahí”. Contó que “un enfermero que trabajaba con él decía que estaba en los grupos de tarea, que levantaban gente y se adueñaban de cosas materiales en los operativos”. También contó que por las noches “se escuchaban aviones y todos comentaban que llevaban gente para tirarla al río”. Después agregó: “también dijeron que en la morgue estuvo el cadáver de Santucho, pero yo no lo vi”.

El médico Ernesto Abel Fridman, trabajó en el servicio de obstetricia del Hospital Militar de Campo de Mayo.  Su relato fue corto. Contó que en una oportunidad le tocó atender a una mujer que estaba detenido y tenía  los ojos vendados. “No me sentía cómodo y le hice quitar el vendaje y la atendí”, aseguró. Relató que no se acordaba cuál era el caso de la paciente, pero  sí que era “inusual” atender a alguien así, sin ver la expresión de la  paciente.

Ramona del Huerto Sensenaro fue enfermera e instrumentista en el hospital desde los años de la dictadura hasta que se jubiló, hace poco tiempo. Hoy a la mayoría de las preguntas respondió no saber, no haber visto, no haber escuchado. También dijo que no había declarado antes ante la justicia. Entonces le leyeron parte de una declaración de 2005 frente a la justicia militar y ahí pareció recordar que sí lo había hecho.

La última testigo del día iba a ser Lucía Cartagena. La fiscalía señaló que su nombre y firma estaban en un libro de registros del Hospital, junto al de Caseroto, como autora de un legrado, por lo que pidió que no declare. El tribunal hizo lugar al considerar que “podría auto incriminarse o no, y teniendo en cuenta que es una testimonial, no corresponde. Es rozar peligrosamente el articulo 18”, afirmó Roqueta.

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