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Un sacerdote intervino ante el vicario general de Bahía Blanca, Emilio Ogñenovich, para rescatar a su tío, que era secretario de Bienestar Social de la ciudad. El religioso Néstor Pazos consiguió rescatar a Rodolfo Pazos Aldekoa.
A pocas horas del golpe militar de 1976, Rodolfo Pazos Aldekoa fue secuestrado de su casa de Punta Alta. Era secretario de Bienestar Social en el municipio local y había sido marcado por los represores de Bahía Blanca como una de las figuras políticas en la lista de “la subversión”. Sus compañeros le decían “Chacho”. En un operativo especial, la Policía Naval y un grupo de infantes de marina le rompieron el auto y golpearon a su hijo de dos años contra un placard. A Chacho Lo llevaron encapuchado al buque 9 de Julio, uno de los dos centros clandestinos de la Armada. Así como a otros los asesinaron y los desaparecieron, Chacho tuvo la suerte de tener un cura en la familia. No fue una tarea sencilla. Primero, sus familiares directos visitaron a las autoridades judiciales y eclesiásticas. Les había negado todo tipo de respuesta. Hasta que dijeron un nombre. El sobrino de Chacho, Néstor Pazos, que era sacerdote y vivía en el Caribe. Ahí, entonces, intervino Emilio Ogñenovich, vicario general de Bahía Blanca. A los pocos días, por su influencia, los represores lo dejaron en libertad.
El caso de Pazos Aldekoa, que se trató estos días en el juicio de “Armada Argentina” de Bahía Blanca, refleja la compleja relación entre iglesia y represores. “Entender por qué los altos mandos de la Iglesia influenciaban en algunos casos y en otros no, aún sigue siendo problemático de comprender. Suponemos que, al ser Pazos un cura perteneciente a la orden salesiana, y que venía del exterior expresamente para interceder por su tío, llamó la atención de Ogñenovich”, confiaron desde la fiscalía de la Unidad Fiscal de Derechos Humanos de Bahía Blanca. La orden salesiana, en la Patagonia, tiene una larga tradición en la identidad de los pueblos. Según contó a Infojus Noticias Stella Maris Pazos de Aldekoa, hija de “Chacho”, la primera búsqueda resultó infructuosa. Cuando lo habían detenido, fueron a ver al arzobispo Jorge Mayer.
-Nos dijo que, si no aparecía pronto, seguramente había sido muerto por los subversivos.
Las palabras de Mayer no habían sido aisladas. Fue uno de los que más defendió a los militares, acusado de “colaboracionista” y que, excusado por razones de salud, la justicia nunca pudo procesarlo. En 1977, Mayer condecoró a cinco militares “que se destacaron en la lucha contra la subversión” y fustigó a “una guerrilla terrorista que ha violado constantemente la más elemental convivencia humana”. Además, protegió a otros capellanes como Aldo Vara, que murió recientemente en la impunidad biológica. “Entre Mayer, Ogñenovich y capellanes como Vara blindaron la impunidad de los sacerdotes que participaron y consintieron con su silencio el terrorismo de Estado en Bahía Blanca. A ellos los protege La Nueva Provincia, de Vicente Massot. En Bahía, la complicidad entre la justicia, la iglesia, la Armada y el Ejército sigue siendo tan importante como en los ´70”, dijo a esta agencia el periodista local Diego Kenis. Sobre la sombra del también fallecido Ogñenovich, está el haber bendecido a la dictadura militar, defendido de puño y letra la represión ilegal, y rechazado la solicitud de decenas de familiares de desaparecidos.
"Los altos mandos eclesiásticos manejaban información de la represión"
El sacerdote Néstor Pazos declaró esta semana por videoconferencia desde República Dominicana por el caso de su tío. Dijo que, cuando se enteró que lo habían secuestrado, llamó a su familia. Que viajó especialmente desde aquél país –donde ya residía en los ´70- para hablar con Ogñenovich. Preguntado por si tenía un vínculo especial, Pazos sólo se limitó a informar que el vicario general, a los pocos días de haberse encontrado, le dio un salvoconducto para ver a su tío. Que lo llevaron a una habitación de un “lugar especial”. Que allí lo vio, demacrado y flaco, sentado en una silla. Que había una persona a su lado vestida de civil. Que la reunión duró no más de quince minutos.
Ese lugar especial era el Batallón 181 del Ejército. Y esa personal de civil era un guardia, que vigilaba de cerca a “Chacho” para que no se le escapara una palabra.
A Pazos Aldekoa, después de la visita de su sobrino, le cambiaron el régimen. Ya no lo picanearon ni lo torturaron: fue tratado como un preso con condiciones especiales. Al poco tiempo, fue liberado.
-Cuando me enteré, llamé a Ogñenovich y le agradecí su gesto – relató Pazos en el juicio
En el juicio no se profundizó en las razones por las que el temido vicario general obró a favor de Pazos Aldekoa. A los fiscales, sin embargo, el testimonio del sacerdote les arrojó una nueva evidencia del vínculo entre represores y altos mandos eclesiásticos. “Lo importante es que algunos obispos y arzobispos manejaban información de lo que sucedía en la represión y tenían capacidad de influencia. Tenían tanto poder que podían mandar a liberar personas, como mirar para un costado o, bien, ordenar perseguir a grupos sociales”, dijo el fiscal José Nebbia a Infojus Noticias.
Además, lo que se probó con Pazos Aldekoa es el itinerario de cautiverio: pasó de estar detenido en la Armada a un centro clandestino del Ejército. Antes de trasladarlo, los marinos hicieron un “simulacro” de liberación: lo dejaron en la calle, le sacaron la capucha y un camión del Ejército se lo llevó al Batallón 181. Se verificó, una vez más, la coordinación entre las fuerzas represivas. Al político le habían aplicado picana y estuvo a punto de morir. “Pará que se nos va porque está violeta”, dijo un verdugo a otro en la sala de tortura a otro. A mediados de diciembre de 1976 fue liberado. Pero cuando salió, la realidad no cambió demasiado. “Al salir estaba deshecho, muy mal física y psicológicamente. Era como que vivía en una vitrina por la fragilidad. Estuvo así hasta su muerte”, contó su hija.
JM/PW
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