Hace apenas tres días, el martes último, presenciamos su declaración final. Tuvo lugar en la sede del TOF 1, donde se realizan las audiencias por la causa del denominado “Plan Cóndor”. Como nos tenía acostumbrados, la única declaración de Videla fue que asumía toda la responsabilidad por los hechos desde el punto de vista castrense, pero no reconocía como legítimo al tribunal, ni al proceso. Un vacío intento de restarle legitimidad al proceso de Memoria, Verdad y Justicia que lleva adelante nuestro país desde el año 2003.
Fueron sus últimas declaraciones ante la Justicia. Ningún arrepentimiento, ninguna información útil para saber dónde están los desaparecidos que nos faltan. Ningún dato para poder averiguar dónde están los bebés que fueron apropiados por el “Estado terrorista”, expresión que sintetiza conceptualmente una época, y se la agradecemos al maestro Eduardo Luis Duhalde.
Pero ante este panorama, la muerte no pudo esperar más, y decidió venir a buscar a su viejo socio y conocido.
Ya hoy es parte de la historia, como lo fue cuando en agosto de 2010 la Corte Suprema de Justicia de Nación resolvió que los indultos que beneficiaron a Videla durante la década del ‘90 eran inconstitucionales. Entre otras causas (y varias eran las que existían), Videla fue condenado el 5 de julio de 2012 a 50 años de prisión y el tribunal decidió unificar las sentencias en una pena única de reclusión perpetua. Desde entonces, se encontraba en el pabellón de condenados por delitos de lesa humanidad en el penal de Marcos Paz.
Lamentamos que se haya muerto sin revelar información que sería útil para terminar de entender el proceso genocida vivido entre el ‘76 y el ‘83 y que hubiese permitido, posiblemente, juzgar la responsabilidad de los civiles. Por lo demás, ya sin poder, el daño que provocó no tiene reparación. Representó a la oligarquía y al imperialismo. Fue, nada más y nada menos, que un asesino de vidas inocentes. Hoy su socia la muerte se lo llevó. Se lo llevó sin honores, sin insignias y sin su cuadro, ya que nuestro mentor y líder de una nueva Argentina, Néstor Kirchner, frente a su imagen de terror en el cuadro, dio la orden de “proceder” a retirarlo. Ese acto tal vez, fue el ejemplo de que en muchas circunstancias de la vida política de un país, no podemos doblegarnos, ni retroceder en nuestras convicciones.
Obviamente, no vamos a caer en la bajeza ni en la indignidad de decir que nos alegra, porque como mucha gente de bien, no pensamos que haya nada para festejar ni alegrarse por la muerte de un hombre.
Videla, la cara más visible del terror y el horror, falleció condenado a prisión perpetua en una cárcel común por ser el máximo ideólogo y perpetrador del genocidio que sufriera nuestro país. De un plan sistemático de secuestro, desaparición forzada, exterminio y apropiación de bebés. Eso representa para nosotros un hecho trascendental desde lo político y desde lo histórico. Un enorme reconocimiento para todos los familiares y amigos que lucharon por eso.
Videla se fue sintiéndose un perseguido político. Afortunadamente vivió lo suficiente para que se lo juzgara y se lo condenara, con todas las garantías de la ley que sus víctimas nunca tuvieron. Su socia, la muerte, lo tuvo que venir a buscar a una cárcel común. Gracias a Kirchner y a todos los demás actores políticos y sociales de este proceso de Memoria, Verdad y Justicia, Videla será recordado por lo que fue: un genocida sentenciado por la justicia de su país con las garantías del debido proceso. Más importante aún: alguien que se fue con el repudio de la mayoría del pueblo argentino.